La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Limpieza privada, públicas guarradas

Ciudadanos guarros, munícipes indolentes y urbanistas memos degradan los espacios públicos

Como bien escribía ayer la compañera Ana S. Ameneiro en La Sevilla pringosa, ni el Ayuntamiento limpia lo necesario, ni los ciudadanos sabemos mantener lo que se limpia, ni llueve para que la naturaleza remedie las omisiones del primero y las acciones de los segundos. Nuestras casas están impecables, escribía, pero las calles están sucias por nuestro incivismo. Muy cierto. Cuando mi generación empezó a viajar a golpe de kilométrico, Interrail y mochila a finales de los 60 y principios de los 70 descubrimos que en lo único que los andaluces ganábamos a los europeos era en la higiene personal y doméstica. Pero solo en eso porque en lo público, pese a la luminosa blancura de cal anualmente renovada de las casas de nuestros pueblos, por aquellos años todavía había aquí bares con urinarios apestosos solo separados por una puertecilla batiente del espacio en el que se bebía más que se comía, las esquinas tenían que protegerse para que no se convirtieran en urinarios públicos, las madres ponían a sus hijos -a las niñas sosteniéndolas en una práctica pero poco airosa postura- a orinar en la calle y escupir era tan habitual que en algunos locales públicos había recipientes para hacerlo y en otros -incluidos los autobuses- un cartelito que decía "Prohibido escupir en el suelo". "Limpieza privada, públicas guarradas" podría decirse parodiando una en su día conocida película de Miklos Jancsó. Tan asumido se tenía este vicio que TVE lanzó una campaña en favor de la limpieza y cuidado de los espacios públicos bajo el lema "En tu casa no lo harías".

Hemos cambiado a mejor. Pero no tanto como sería deseable. Muchos ciudadanos siguen tratando los espacios públicos como si no fueran de nadie y las autoridades parecen ignorar que tienen la obligación de su mantenimiento y limpieza. A lo que hay que sumar las torpezas de munícipes, arquitectos y urbanistas al escoger los materiales con los que se pavimentan calles y plazas. El sufrido mosaico de losetas hexagonales que cubría nuestras aceras y los resistentes adoquines han sido en muchos casos sustituidos por pavimentos porosos que se churretean con manchas indelebles al minuto de estar puestos. Así tenemos nuestros suelos como papeles de calentitos. Los grafiteros rematan en las paredes lo que la ciudadanía guarra, los munícipes indolentes y los urbanistas memos hacen en los suelos. Así nace la Sevilla pringosa.

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