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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Limpieza de sangre y de partido

Desdichada Sevilla: siempre se la mata en nombre del progreso y se la intenta salvar demasiado tarde

Por un lado el alcalde dijo aquí el pasado domingo, entrevistado por Carlos Navarro: "Mi objetivo es que Sevilla sea la milla de oro turística de España (…) y que eso nos sirva de escaparate internacional para captar inversión empresarial. Si mi ciudad está de moda (…) es evidente que se puede despertar el interés de las multinacionales y generar una nueva economía. El turismo no es un fin en sí mismo, sino una palanca. Nosotros tenemos una materia prima que es Sevilla. Sevilla es un museo que hay que tener a punto, bien conservado y con capacidad para aprovechar nuevas oportunidades".

De otro lado al día siguiente se informaba de la creación del Colectivo-Asamblea Contra la Turistización de Sevilla (Cactus) para "generar propuestas y discursos alternativos al turismo frenético que erosiona y elimina la vida de nuestros barrios (…), vacía de contenido social la ciudad y la convierte en una mercancía, un espacio en venta cual parque temático (…), un territorio árido cada vez menos amable para ser habitado". Lo que provoca "la creciente expulsión de residentes, de actividades y comercios tradicionales y la regresión del espacio público en beneficio del negocio turístico".

Entre las palabras ilusorias del alcalde y las bienintencionadas del Colectivo-Asamblea contra la Turistización está la realidad de esta desdichada Sevilla a la que siempre se intenta salvar demasiado tarde, ya sea ahora (¿quién podrá devolver su vida al centro histórico o derribar las setas?) o cuando en los primeros 80 los arquitectos progres fans de Bolonia se pusieron a ello después que se hubiera arrasado la mayor parte del casco histórico. En aquellos años luchar por el patrimonio -incluidos los pavimentos- era progresista, no sólo porque habían sido los franquistas quienes habían destrozado la ciudad en nombre de la modernidad, sino sobre todo porque quienes lo hacían eran progresistas y es sabido que entre nosotros la bondad o maldad de las acciones está determinada, no por ellas y sus resultados, sino por la casta a la que pertenezca quien actúe. De la limpieza de sangre pasamos a la de partido o ideología. A partir del 92 y sobre todo del 99 -el monteseirinado- decir lo que ellos decían se convirtió en facha. Lo progresista era defender las setas (recuerden la composición del jurado que eligió el proyecto de Meyer), la Piel Sensible y otras agresiones al patrimonio. En cuanto a lo de "Sevilla es un museo", quede para mañana.

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