julián aguilar garcía

Abogado

Listillos como hongos

Un ejemplo de listillo es el del preceptor de subvenciones injustificadas

Nos informaban días atrás de que el fraude a las aseguradoras es ingente y de que tres de las cuatro provincias españolas a la cabeza de dicha picaresca eran andaluzas.

No creamos que se trata de algo admirable, no caigamos en la tentación de atribuir ningún mérito a los defraudadores. Las compañías de seguros me son poco simpáticas, pero quienes fingen daños para cobrar indemnizaciones no son una suerte de Robin Hood que hubiese trocado el bosque de Sherwood por la cuenca de Guadalquivir. Probablemente son delincuentes que nos perjudican a todos los que, por culpa de esos jetas, pagamos a las aseguradoras primas superiores a lo necesario.

Son un caso sintomático del listillo. De la misma familia que el absentista laboral, el funcionario que desayuna y compra en su horario laboral o no trabaja cuando está en su sitio, del perceptor de subsidios injustificados, y de tantos otros que encima se regodean de tu torpeza de estajanovista siempre en su ergástula.

Otro ejemplo habitual (aunque espero que minoritario) es el del perceptor de subvenciones no sólo injustificadas sino nocivas para nuestra tierra, desincentivadoras del esfuerzo personal. Se quejaba hace un par de meses el presidente de Asaja Huelva, José Luis García-Palacios, de que los empresarios del campo onubense no encontraban recolectores españoles. Pese a las tasas de desempleo tan elevadas de esa provincia, no hay quien quiera recoger la fruta y tienen que hacerlo extranjeros. Algo muy parecido pasa en la cogida de la aceituna, labor para la que es complicado encontrar indígenas dispuestos, y si con suerte descubres a alguno, rara avis, no será extraño, me cuentan, que te pida que le pagues en billetes, que no le interesa que conste que ha trabajado más jornadas de la cuenta no vaya a perder las ayudas del PER e incluso a tener que pagar impuestos.

Ya sé que son casos distintos el del defraudador a la aseguradora, el del funcionario vago, el del empleado absentista, el del PERista profesional y acomodado, el del sindicalista liberado que emplea su tiempo para lo que no debe, el del juez conferenciante o contertulio por las mañanas en vez de desatascar su juzgado... tantos otros.

Son casos distintos, mucho, pero con elementos comunes: señores (y señoras, y señoras) que no hacen lo que deben y con cuya actitud producen efectos negativos para la sociedad. De un lado, porque encarecen la vida (más primas de seguros, más impuestos para más subvención o más funcionarios o más presupuesto para recursos humanos de la empresa con absentistas o liberados aprovechados, porque el trabajo no sale y se supone que es porque faltan recursos...). De otro, y esto es para mí lo más negativo, porque se perpetúa ese mal esencial de nuestra tierra: el de tantos que prefieren vivir del cuento, de la gracia y de lo listos que son, en vez de hacer como hace -laus Deo- la mayoría, trabajar lo mejor que pueden, asumir que se tienen responsabilidades y no sólo derechos, y ser solidarios de verdad.

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