La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Listos, sinvergüenzas y tontos

El ministro de Cultura puso fin a la tontería: "Esto hay que enmarcarlo en el espectáculo, no en el arte"

Parafraseando a Carlos Puebla permítanme decirles: "Y en eso llegó el ministro de Cultura y se acabó la diversión". Porque con pocas palabras ha puesto la tradicional polémica anual en torno alguna obra expuesta en Arco, en este caso el ninot del Rey, exactamente donde le corresponde estar: "Todos los años en Arco hay una pieza polémica, que es en la que el primer día se fijan los medios de comunicación, y al día siguiente empezamos a hablar de arte... En fin, de lo que entendemos todos por arte. Así que esto hay que enmarcarlo en el espectáculo, no en el arte". Y punto. No se puede decir más y mejor con menos palabras.

Nada más fácil que provocar la polémica para quien es listo pero no inteligente, ocurrente pero no creativo y hábil pero sin oficio ni maestría. Que el arte puede transgredir el orden establecido, denunciar lo que de denunciable encuentre o caricaturizar a quien quiera está fuera de duda. Pero la palabra arte debe preceder, y con fundamento, a la forma en que se quiera adjetivar la obra o su intención. Aunque a estas alturas del siglo XXI -156 años después del parisino Salón de los Rechazados y un siglo después de las vanguardias históricas- al arte se le pueda aplicar lo que San Agustín dijo del tiempo -"si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé"- no todo es tan subjetivo, arbitrario y caprichoso.

Es incluso posible que arte sea "una palabra a la que ya no corresponde nada real", como dijo Heidegger en su famosa conferencia sobre el origen de la obra de arte pronunciada en 1935, en las postrimerías de las vanguardias históricas. Pero esto no supone una total renuncia al juicio estético. ¿Crítica o transgresión? Las que se quieran. Pero con talento. Retratando a la familia de Carlos IV y a Jovellanos, Goya dejó bien claro a quien despreciaba y a quien apreciaba. Como hizo Francis Bacon con la religión católica en su interpretación del Inocencio X de Velázquez. Pero Goya y Bacon eran quienes eran y tenían los talentos que tenían. Quien no los posee y quiere llamar la atención debe entrar en este juego de listos, tontos y sinvergüenzas: repartan a su antojo los papeles entre artistas, galeristas y compradores. Los medios, a los que sutilmente y con razón el ministro ha puesto de catetos o inocentones que hacen el juego a este trío, no deberíamos ser el altavoz de estos jueguecitos y negocietes.

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