Llamamiento utópico

España, el 'Titanic', exige a los partidos constitucionalistas una mínima maniobra de atraque común

El desgraciado hundimiento del Titanic contó con un atractivo especial: sus pasajeros desde los botes, e incluso los que permanecían con sus salvavidas en las heladas aguas colindantes, pudieron contemplar, impotentes, la lenta y solemne desaparición del barco, tragado por pacíficas olas, en aquella oscura noche. Tal como si se tratara de una escena de película vista en primera fila. Lo increíble horas antes, sucedía y, además, sin que nadie lo pudiese ya evitar.

Esta imagen, tan popularizada, también puede ser una vez más aplicable a la cuestión del separatismo catalán. La sociedad española asiste, entre incrédula e petrificada de estupor, a un naufragio social con unas dimensiones que nadie había previsto, ni siquiera sus más directos provocadores. Pero, tal como ocurría en el mito de medusa, ya no es posible mirar hacia otra parte. Los dirigentes más exaltados del independentismo lograron fletar el barco y colocarlo en el primer plano de la vida política española. Y ahora contemplamos impotentes, desde la distancia, que el barco no sólo navega sin control, sino también escorados y con visos dramáticos de encallar. Con todo, todavía debe entristecer más, a la sufrida sociedad española, ver que los tres dirigentes de los tres partidos constitucionalistas llamados a evitar lo peor, gesticulan de escenario en escenario, luciendo su fotogenia, sobreactuando descamisados y buscando los focos que les alumbran mejor. Y, claro está, culpando de todo a los demás. Y mientras tanto, el barco cada vez más a la deriva. Quizás si no estuvieran tan pendientes de sus fotogenias personales y más de las razonables llamadas públicas de auxilio, escucharían que ha llegado la hora de un ineludible pacto de mínimos entre socialistas, ciudadanos y populares. Sólo para evitar, de momento, el hundimiento. Que ya sería mucho. Puede parecer utópico reclamar un pacto a egos tan desmesurados. Pero hay que decirles y repetirles desde la calle, aunque sean pocas las esperanzas, que el país, España, el Titanic, les exige una mínima maniobra de atraque común. Una táctica concertada que, ante el anunciado naufragio independentista, deba prevalecer, a todas luces, y en todas las orillas. Las líneas rojas internas hay que borrarlas, transitoriamente, para estimular con ese generoso ejemplo a un país cada día psicológicamente más atónito y paralizado. Este llamamiento que muchos españoles alientan puede parecer, en principio, nebuloso y utópico, pero no se perciben muchos más remedios si se quiere impedir el desastroso viraje que se avecina.

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