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La ciudad y los días

Carlos Colón

Llanto saurio por la Gavidia

YA no duermo. Ya no vivo. Tomo el laúd de John Dowland -el genial y sentimental Beatle de la corte de Isabel I de Inglaterra- y canto su Flow, my tears: "¡Fluid, lágrimas mías, caed de vuestros manantiales! / Exiliado por siempre dejadme penar. / Dejadme vivir desolado / donde el nocturno pájaro negro su triste infamia canta". Porque quienes de vez en cuando me lean saben cuanta importancia doy a la conservación moderna, inteligente y progresista del patrimonio histórico -monumental y cotidiano- de la ciudad; cuanto deploro que este mal llamado gobierno de progreso actúe de forma tan parecida a los más bárbaros y catetos ayuntamientos del desarrollismo franquista; cuanto siento la atrocidad de las setas de la Encarnación, la barrabasada de la Alameda, la catetada de las plazas del Pan y la Alfalfa, la conversión en un desolador espacio totalitario de la Avenida o la transformación de la calle San Fernando en un Alcázar de San Juan de cables y catenarias; y cuanto deploro, aún hoy, las pérdidas de los palacios del Duque, el teatro San Fernando, la casa de Aníbal González de la Campana que albergó el Café de París, la plaza de la Magdalena, Casa Marciano, el Gran Britz, las fachadas y escaparates de Pascual Lázaro o Garach, el Coliseo España, el Laredo o todo el lado de poniente de la calle Castelar.

Sabiendo esto pueden imaginarse la tristeza que me produce leer que el edificio de la antigua comisaría de la Gavidia no goza de buena salud. No quiero pensar que haya que derribarlo como si fuera una casa popular del siglo XVI, una casona del XVII, un palacio del XVIII, un teatro del XIX o un edificio regionalista del XX. Todo esto se ha derribado en Sevilla, y se desfigura o diseca hoy, sin que los arquitectos sevillanos hayan dicho esta boca es mía. Pero en lo que al edificio de la Gavidia se refiere, se les saltaron las lágrimas sólo de pensar que pudieran derribarlo. Perro no come perro. Sobre todo si lleva collar del PSOE. Sin que importe lo ruinosa que pueda ser la operación porque, como ayer informaba Carlos Navarro Antolín, el Ayuntamiento adquirió esta interesante belleza en el 2007 por 9,9 millones más cinco parcelas valoradas en 2,3 millones de euros. En ellas el Ministerio del Interior debía construir cinco comisarías de las que, por el momento, sólo ha comenzado la obra de una mientras la antigua comisaría está malita de caerse. Un buen negocio. Pero todo es poco para salvar el patrimonio de la ciudad y legar al futuro este tan delicadamente ubicado emblema de la modernidad (tal y como la entendía el franquismo que lo mandó construir).

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