La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Lluvia sobre la piel insensible

Maldiciendo en arameo 'la piel sensible' recordé las Directrices de las Ordenanzas de Paisaje Urbano de Sevilla

Escupían sus caños de agua tan reciamente, con tanta fuerza, los canalones de desagüe del Salvador que se podía pasar bajo ellos como Vienna y Johnny refugiándose en el pasadizo que se abría tras la cascada de Johnny Guitar. Una, dos, tres, cuatro... Se podía atravesar toda la Plaza del Pan de Lineros a Cuesta del Rosario bajo estas cascadas fingidas, digna trasera de la fachada pantalla que enmascara la fábrica de la antigua y poderosa colegial hoy reducida a museo a tiempo completo y culto al tiempo parcial de una misa al día. No caían los chorros de agua sobre los hermosos y pequeños adoquines rosáceos que la plaga de la piel sensible devoró como las langostas devoraron el trigo de los egipcios para que el faraón supiera quién es Jehová. Repiqueteaba -dulce sonido- la lluvia sobre la negra y brillante tela del paraguas. Su uniforme sonido al caer sobre el infame pavimento que sustituyó a los adoquines hacía de coro. Los poderosos caños de agua casi exactamente paralelos -geometría de fuentes de Versalles en la Plaza del Pan- que escupían los canalones de la colegial ponían un ronco y severo contrapunto. Estaba hermosa la plaza, pese a todo. Pero no tanto como algunas calles próximas (que no nombraré para no dar pistas a los destructores de las bellezas más vulnerables de Sevilla) en las que brillaban los hermosos y grandes adoquines en estrecheces pespunteadas por aceras reducidas al mínimo de sus bordillos.

Maldiciendo en arameo la vulgaridad de la piel sensible que enlosó/asoló las antiguas calles y plazas cuyos nombres recuerdan los puestos y tiendas de pan, pescado, sedas, lozas y forraje para bestias que allí hubo, recordé las recientes Directrices de las Ordenanzas de Paisaje Urbano de Sevilla que pretenden "combatir la vulgarización, reordenar los espacios, acabar con la ocupación indiscriminada de la vía pública o los impactos visuales negativos". Llegan tan tarde como los cuadrilleros de la Santa Hermandad vestidos con sus chalecos de mangas verdes solían hacerlo para impedir desmanes. ¿Más vale tarde que nunca? Quizás. Pero a veces, y temo o más bien sé que este sea el caso, los socorros llegan cuando todo está perdido, como los legionarios al fuerte de Beau Geste en el inicio de la película de William Wellman: soldados muertos con los fusiles entre sus manos frías defendiendo un fuerte que ya ha sido arrasado.

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