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El balcón

Ignacio / Martínez

Locos fanáticos

LOS dos días de locura terrorista en Francia se han saldado con 20 muertos, tres de ellos terroristas. Se podría precisar terroristas islámicos, pero sería injusto. Toda forma de intolerancia es repugnante, pero se hace especialmente indeseable el integrismo religioso, porque demoniza injustamente al conjunto de los practicantes de esa religión. Pasa con el fundamentalismo islámico en este momento en el mundo, vinculado al peor terrorismo de la era moderna. Fanáticos que matan "para defender al profeta", como decían los hermanos Kouachi. Unos locos fanáticos.

Fanáticos que en ocasiones son ilustrados, como el imán Jomeini, que había estudiado no sólo la ley islámica, sino también jurisprudencia, filosofía y poesía. Pero su amor por la justicia y la literatura no le impidió en 1989 condenar a muerte a Salman Rushdie por blasfemo. Para el ayatolá en Versos satánicos se ofendía al profeta. Sostengo que Rushdie retrata a Jomeini en el capítulo en el que habla del Sha y describe a un imán exiliado, que una noche vuela a lomos de un arcángel hacia una ciudad en la falda de una montaña y anuncia una revolución: "Haremos una revolución que será una rebelión no sólo contra la tiranía, sino contra la Historia". Para el imán de ficción la Historia es el tóxico, la creación del diablo, la mayor de las mentiras; significa progreso, ciencia, derechos.

Cuando a principios de los años 90 el Frente Islámico de Salvación fue ilegalizado, se inició en Argelia una época de atentados indiscriminados. En muchos casos las víctimas eran periodistas. Tras una de estas muertes, Le Monde publicó una tira de su dibujante Plantu en la que un redactor asesinado por la espalda yacía sobre su máquina de escribir, y en primer plano un terrorista le explicaba a otro: "Cuando le vi con la máquina supe que era o él o yo".

Los intolerantes se han llevado siempre mal con la información y el conocimiento. Los nazis quemaron libros, pero antes lo hizo la Inquisición. Si el socias de Jomeini bebía agua constantemente para mantenerse limpio, los fundamentalistas religiosos adoran quemar a herejes, demonios y brujas. Al teólogo y científico español Miguel Servet lo condenó simbólicamente a morir en la hoguera la Inquisición católica de la ciudad francesa de Vienne y poco después, en 1553, lo quemaron vivo los calvinistas en Ginebra por hereje. Negaba a la Santísima Trinidad y sus estudios sobre la circulación de la sangre ¡ponían en cuestión que el alma circulase por las venas!

Dios nos libre de los fanáticos religiosos.

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