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Cambio de sentido

Carmen Camacho

Locura de amor

CÓMO ha venido la primavera, menudo alarde. Este airecillo, que revolea las faldas, sube a las narices y despeina las razones, lleva días trayéndonos noticias confusas de gentes que parecieran volverse tarumbas de amor, esa palabra-almacén en la que caben demasiadas cosas. "¿Un avión secuestrado en Chipre por amor?", titulaba La Vanguardia el otro día la crónica del secuestro del vuelo de Egyptair. "El falso secuestrador que actuaba por amor", destacaba un ladillo en la información de ElMundo. Pocas horas antes de todo este lío, en un hotel de Madrid, el octogenario Mario Vargas Llosa se dirige a un micrófono, lo toma y suelta a los cuatro vientos: "Ya sé que la palabra felicidad tiene un nombre y apellido: Isabel Preysler".

La simple sospecha -y la constatación tantas veces- de que el frenesí visto desde fuera da cosica y causa empacho a quien no come, lleva a las personas sensatas a reservar las manifestaciones de pasión a sus estancias privadas o a la espesura de parques y jardines. Así actúan no sólo los discretos, también las audaces, que intuyen en la excesiva socialización del amor indómito cierta necesidad de aprobación -o de reprobación, que es otra manera bien graciosa de ir con la venia-. Si a esto sumamos la urticaria que provocan los sucedáneos de las comedias románticas y garrapiñadas, resulta lógico que cualquiera en sus cabales no sepa más que pedir y perdirse a sí misma mesura en las manifestaciones públicas de su arrobo.

Pero, ¿qué hacer cuando no cabe el fuego en los bolsillos? "Yo haría por ti no sé qué barbaridad", le escribía Emilia Pardo Bazán nada menos que a Benito Pérez Galdós. "Te como un pedazo de mejilla y una guía del bigote", seguía, y muy probablemente cumpliera su amenaza caníbal. A los amantes se les sale el alma por la boca y las caricias por debajo de la mesa. Como no les cabe la tontería en casa, salen a la calle a reír y llorar sin cálculos. Creen equivocadamente que los viandantes les sonríen. Repiten sin motivo mil veces el nombre amado. Se creen con el derecho de pronunciar frases de telenovela y de abrasar vivos a los confidentes. Las discusiones inter pares son sonadísimas. Como dice un amigo, viven en un bolero. Del amor esperamos luz y clarividencia. Pero a los locos de amar parece no importarles el aturdimiento ni el ridículo. Capaces son incluso de usar su columna en el periódico para enviar mensajes a su amor. Yo, sinceramente, los compadezco. Paco, cariñito, si me lees, llámame.

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