ANTENA 3 estaba entonces hecha unos jirones. Planeta aterrizaba en la entonces desacreditada cadena de Telefónica y no había contenidos propios de referencia más allá de las tardes de Ana Rosa y Los Simpson. Los que en septiembre de 2003 se acercaron por primera vez a una cosa que echaban los domingos por la noche fue sobre todo por el nombre de Loles León, unida a la comedia deslenguada y gamberra. Y el boca a boca funcionó pronto en favor de Aquí no hay quien viva. Pocos daban más de 5 céntimos por una serie unida al nombre de José Luis Moreno. El 13 Rúe del Percebe del siglo XXI, en la calle Desengaño, un sitio con portero e ínfulas (en la vida real es un madrileño callejón de prostitutas) tenía gracia. Era una serie de actores desconocidos y unos cuantos que llegaban con caché devaluado: Merlo, Cuervo, Penella y la mencionada Loles León. De low cost pasó a ser la serie del momento y un revulsivo para la comedia española en la tele, marcada hasta entonces por las típicas desventuras de una familia ideal.

Loles, como Paloma Cuesta, era el histérico acicate del triste presidente Juan, profeta de Rajoy con la voz de Buzz Lightyear, un José Luis Gil llamado a florecer. El matrimonio del 2ºA fue la locomotora para que Aquí no... pasara a ser el meteórico fenómeno que llegaba a tener más público que la Champions. Fue evolucionando hasta ser lo que hoy es: La que se avecina, una serie que triunfa más en el diésel de sus perpetuas repeticiones en FDF que por la gasolina de sus estrenos en Telecinco. En Atresmedia fueron los primeros en rentabilizar redifundiendo hasta la náusea a los vecinos.

Moreno no se portó nada bien tras sus negociaciones con Loles León, mandando a Paloma al hospital y resucitándola de espaldas, con frases grabadas. Un tratamiento bufo para un personaje y una actriz que no necesitaban ese escarnio soterrado. Aquel enfrentamiento supino parece haber remitido al cabo de diez años, menos mal. Loles llega a La que se avecina. Lo merecían ambas partes.