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Luces en la ciudad

¿Por qué hay que convertir la ciudad en un inmenso escaparate con adornos y luminarias?

Al llegar las fiestas navideñas, cada vez es más evidente que las ciudades se han convertido en un inmenso escaparate. Muy bien iluminado, eso sí. Porque en la carrera por mejorar y distinguirse unas de otras, las grandes urbes compiten hasta en la iluminación navideña. Quizás deseando ser la réplica durante unos días de París, Londres o Nueva York, que eran capitales del mundo occidental tras las dos guerras mundiales. Recuerdo el Berlín de antes de la caída del muro y entre las muchas diferencias que existían entre una y otra parte, quizás una de las más llamativas era el contraste de la iluminación de las calles, mucho más abundante en el lado occidental. Y sobre todo en los comercios y reclamos publicitarios. Bien es verdad que a lo largo de todo el año las ciudades no dejan de ser una muestra de sí mismas, de las costumbres de sus habitantes, sus gustos, preferencias, nivel de vida, etcétera. Pero creo que hay armonía entre gentes, ciudad y fiestas tradicionales. En el caso de Sevilla, las fiestas de tradición que se integran en las calles y plazas son, ante todo, la Semana Santa, la Feria y, en menor medida, en la actualidad, el Corpus. Y para cerrar estas fechas, la magia de la Cabalgata, que es una fiesta que hemos visto siempre con la mirada limpia e ingenua de los niños, que muestra lo mejor que cada uno tenemos dentro. Se han necesitado muchos años -en ocasiones, cientos- para encontrar la escala, la medida y el equilibrio de esas fiestas ¿Por qué tengo la sensación de que en estas semanas de diciembre, últimamente incluso desde noviembre a enero, toda la ciudad es un enorme escaparate?

Nací en una Sevilla sencilla y provinciana en la que los niños estrenábamos la ropa para pasear, dos veces al año: en la Inmaculada y el Domingo de Ramos. Esa ciudad ya no existe. Quizás sea mejor. Recuerdo la época de Navidad muy familiar. Vacaciones escolares. Paseos por el centro con el abrigo nuevo y la neblina que producían los puestos de castañas. Visita a belenes y un repaso discreto a las tiendas de juguetes. Hoy parece que no nos basta ¿Por qué hay que convertir la ciudad en un inmenso escaparate con adornos y luminarias impostados de otras ciudades y culturas? Ya sé que en la actualidad tienen que competir en atraer visitantes, buscando mostrar lo mejor de sí mismas, potenciando todo aquello que las diferencia de las demás. Pero en estas fiestas el resultado es que cada vez se parecen más unas a otras, con los mismos adornos callejeros, la misma iluminación o parecida, y convirtiendo las calles y plazas en un parque de atracciones.

Y si pensamos en el turismo, tampoco lo entiendo. Creo que es mejor opción fomentar los mercados y mercadillos navideños y artesanos que las fachadas de centros comerciales y adornos callejeros llenos de bombillas que se compran al por mayor o, simplemente, se alquilan por unos días, como esas tiendas de franquicias que reciben un manual de instrucciones precisas de cómo deben montarse e iluminarse.

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