CON sus turbulencias, ya crónicas, en el equipaje, el Betis se enfrenta una vez más a la cara más prosaica de su presente mediante el enfrentamiento con el Lugo. Y lo hace a las órdenes de Juan Merino, que va con el mejor aval para un entrenador, el de un seis de seis que sólo cuenta con el punto negro de un fútbol que no mejoró al de Velázquez. También en el debe aquel catastrófico primer tiempo copero con el Almería, pero eso no cuenta, ¿o sí?

Dentro de la tormenta en que vive el sevillanísimo club de las trece barras, un flamante caballo de batalla, el de la pregonada interinidad del entrenador. Y se dirán muchos que eso de la interinidad no debe ser bueno, pues ya se sabe que un entrenador sin respaldo es pasto del vestuario mejor intencionado del mundo. Sin embargo, otros pensamos que cualquier interinidad puede darse por bien empleada si los partidos se cuentan por victorias y de ahí, la importancia lucense.

Tiene un peso capital la cita de esta tarde en el Ángel Carro de Lugo. Un triunfo aparcaría, o alargaría, que nunca se sabe, la dichosa interinidad mientras que un tropiezo en rodeo tan prosaico reabriría el manido debate del entrenador y que ya data desde la infausta decisión de darle el cargo a Velázquez. Debate que no es más que uno de los muchos que registra el día a día bético y que es el producto de la insondable fractura social que sufre el Real Betis Balompié.

Sábado 13 de diciembre, seis y cuarto de la tarde, Lugo y el Lugo entre ceja y ceja con el recuerdo fresco del trabajito que le costó al Betis eliminarlo en Copa. También el futuro inmediato de Juan Merino, pero eso es un problema menor, ya que todo va a expensas del marcador. La interinidad de cualquier banquillo que en el mundo sea crece o se hace de plantilla dependiendo de los resultados. Por todo ello debería el bético rezar porque la interinidad desaparezca o se aparque.