Mercedes de pablos

Luis Racionero: Sevilla se hizo cátara

Diletante, escurridizo y prolífico autor, cuantísimo lo vamos a echar de menos

Andábamos mediando la década de los ochenta y Sevilla, en septiembre, se ponía en modo Berkeley a la mediterránea. Santiago, Curri, Roldán y su guardia pretoriana de próximos como García Baquero, Romero de Solís, Cortines o González Troyano, convidaba a lo mejor del mundo de las ideas y de las artes en esos cursos de la UIMP que nos subieron un par de escalones la autoestima y la esperanza. El año anterior habíamos visto pasear a Calvino, a Borges, a Torrente Ballester, a Ruggero Raimondi varando entre la sede de la casa de Murillo al bar las Teresas, el aula más concurrida sin duda, parando alguna vez en los venerables y hasta en Dueñas, desde donde Jacobo Fitz James (conde de Siruela y conocido como Siruela a secas por su maravillosa editorial) daba cobijo a los invitados de sus cursos de literatura fantástica, que se nos ponía a todos cara de Chretién de Troyes. Con el listón dejado por las nubes, aquel 85 la Menéndez no se dejó achicar y trajo de todo: enólogos refinados, más opera, filosofías puras y mestizas, literatura con todas sus letras… y a Luis Racionero, con un curso tan inolvidable como provocador que hablaba del cambio de paradigma.

Y los cátaros.

Porque Racionero, que de cambios de registro, escuela de Frankfurt, Marcuse y otros varios sabía un rato, se trajo para esas jornadas a toda una troupe de personajes irrepetibles entre los que había druidas, poetas, periodistas: todos aprendices de Cátaros. Él tuvo la culpa de que a partir de ese año resultara inevitable lanzarse a las carreteras rurales del Pirineo francés para atisbar en lo alto a Mont-Perdú, en cuya cima y tras las murallas de un castillo se dice perecieron los últimos cátaros víctimas de un fanatismo del que no andaban mancos tampoco, y, por cierto.

Racionero entonces no superaba ni por asomo esa lección de Sobrevivir a un gran amor, seis veces que publicaría en 2009 a modo de memoria sentimental, francamente desternillante. Le acompañaba una estupenda señora nada mediática, en contraste con su siguiente matrimoniada, la entonces archifamosa Elena Ochoa, hoy feliz cónyuge de sir Norman Foster. Luis Racionero ya había tenido enorme éxito con algunas de sus obras, Cercamon o Del Paro al ocio, y estrenaba su teoría de Los bárbaros del Norte y la invasión de EEUU en la cultura, un cambio de civilización, o hasta la muerte de la que conocíamos. Dio una clase magistral de la que salimos obnubilados, seductor nato él a la manera del entonces también muy citado Baudrillard.

Y entre su público más rendido, por los azares de la vida y porque su desdoblamiento a lo Pessoa lo hizo en Andalucía, el cantante mítico catalán Jaume Sisa, el cantautor galactic con el que Racionero y sus druidas terminaron bailando sevillanas en el Semáforo. Un día más y nos hacemos cátaros hasta el que tocaba la guitarra. Diletante, escurridizo y hasta excesivamente prolífico autor, cuantísimo lo vamos a echar de menos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios