DECIDIDAMENTE, hay que convenir que a Luis Aragonés, seleccionador nacional de fútbol, le va la marcha. Pude comprobarlo ayer en Zaragoza cuando iba, por momentos, viniéndose arriba en banderillas ante las preguntas de los directores de los cuatro periódicos deportivos más influyentes de España. Estaba loco Luis porque saliese a relucir al tema de Raúl, ese futbolista al que los medios madrileños intentan imponer por muy pocos argumentos que el capitán madridista les ponga en el tapete. Discurría la mesa alargada por unos cauces más menos diplomáticamente correctos cuando Luis sacó a colación el debate.

Y el debate volvió a surgir, aunque ese debate ya no tuviese al madridista en el epicentro de la cuestión. Raúl da ya lo mismo, es igual que vaya o que, como va a ocurrir, no vaya a la selección mientras Aragonés sea el hombre que convoque al personal. El debate está en que mientras que hay periodistas que desean una pax mediática a semejanza de la pax olímpica que usaban los griegos en tiempos preolímpicos, ni las grandes empresas periodísticas ni el seleccionador parecen cómodos en ese nirvana. Las primeras porque vender está por encima de todo y Luis porque se ha instalado en una especie de masoquismo en el que esa paz no tiene sentido.

Lo único que quedó claro de esa comparecencia de Luis ante la prensa en Zaragoza es que no va a seguir tras la Eurocopa. Esta vez parece que va en serio su marcha, pero también parecía estarlo cuando se consumó el fracaso en Alemania. Hacía tiempo que no observaba de cerca a Luis y da la impresión de que el tiempo no pasa por él. Sus reacciones siguen siendo las de siempre y si alguna vez dice por ahí que le hacen la vida imposible no le crean, no es verdad. Él se siente en su salsa viendo cómo se despedazan las trincheras mediáticas y sólo tiene una preocupación, que no piensen por él, que el debate no le dé paso a las especulaciones, únicamente eso.