La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Lunes Santo a Lunes Santo

En Semana Santa una cosa es conocer y otra comprender, una cosa es ver y otra mirar

Para mí, hace años, muchos años, el Lunes Santo no tenía nombre propio. Lo tenían y lo tienen el Domingo de Ramos, Amargura y Amor; el Martes Santo, Misericordias; el Miércoles Santo, San Bernardo, Buen Fin y Cristo de Burgos; el Jueves Santo, Fundación, Victoria y Valle; la Madrugada, Jesús Nazareno, Gran Poder, Macarena y Calvario; el Viernes Santo, Carretería, Cachorro y San Isidoro; y el Sábado Santo, Soledad. No quiero decir que no aprecie, me gusten o incluso me emocionen otras cofradías, sino que a estas, por ser hermano o tener algún vínculo familiar, amistoso o devocional, me sentía y siento más unido.

Si acaso mi Lunes Santo sonaba a Pantión y se llamaba Jesús de las Penas porque mi padre cumplió un larguísimo servicio militar -era 1940, Europa estaba en guerra y se suspendían los licenciamientos- en el Estado Mayor de Aviación de la calle San Vicente, con su ventana dando al azulejo del Señor de las Penas al que se encomendaba para que España no entrara en la guerra. Desde entonces le guardó cariño y agradecimiento.

Pero he aquí que hace ya la friolera de 42 años conocí en la mili a un Pérez de los Santos, que desde entonces somos amigos y que esta amistad puso a mi Lunes Santo el único nombre que para él tenía y tiene: Virgen de las Aguas. Así se trenzan devociones y cariños, o cariños y devociones, en esta ciudad poniendo rostro, memoria, carne y sangre a la Semana Santa. Y también se trenzan con encuentros con las sagradas imágenes -es otra grandeza de nuestra fiesta sagrada- que tienen el carácter de un encuentro personal de un yo con un tú escrito con mayúscula.

Fue en los palcos, cuando vi al Cautivo mirando con aire no por más manso menos retador desde la soledad de su paso, arriado antes de entrar en la plaza. Mejor: mirándome, retándome. En Semana Santa una cosa es conocer y otra comprender, una cosa es ver y otra mirar. Conocía, naturalmente, su existencia; y lo había visto. Pero ese día empecé a comprenderlo y a mirarlo. No olvidé ese encuentro y el Lunes Santo del año siguiente me fui a su barrio al mediodía. Y como viví lo que viví y sentí lo que sentí no pude dejarlo hasta la Plaza Nueva. Desde entonces, y de eso hace ya muchos años, cada Lunes Santo nos acompañamos el uno al otro muchas horas que siempre parecen pocas. Hoy mi hermano es de las Penas, mis hijos del Museo y yo de Santa Genoveva. Así son estas cosas.

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