La ciudad y los días

carlos / colón

Lux Aeterna Macarena

HOY es el día de los ojos de la Esperanza. Escribió Pedro Salinas que vivir, desde el principio, es separarse. Y tenía razón. Bien lo sabemos hoy, conmemoración de quienes ya son el polvo que un Miércoles de Ceniza les dijeron que serían, flores sobre mármoles recién lavados, velas en los altares de ánimas, oraciones ante los columbarios de las hermandades, estremecimiento de cuerpos que ya no serán abrazados, de voces que no serán oídas, de besos que no serán dados.

Por eso hoy es el día de los ojos de la Macarena, estallido en el triste dos de noviembre de la luz perpetua y la eterna alegría de las mañanas del Viernes Santo en las que la frontera entre el tiempo y la eternidad se desdibuja durante un instante milagroso. Quien lo ha sentido queda ya para siempre preso de él y lo busca, año tras año, esperando que caigan de la Esperanza esas briznas de eternidad como si fuera Lázaro ansiando saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico. Luz y alegría que no enlutan las negras ropas que ahora la visten, que no apagan los adioses, que no ahogan las lágrimas, que no desmienten las más dolorosas ausencias.

Postigos entreabiertos de la Gloria y balcones del Cielo, una y otra vez lo diré porque lo siento y lo sé, son los ojos de la Esperanza. No hay engaño en ella. Por sufrida es seria, adulta y realista. Como lo eran las mujeres del barrio que tan grande hizo a su hermandad y tan graciosa y elegantemente popular hizo a su cofradía. Que no le fueran a ellas con consuelos beatos o engañabobos piadosos. Ellas, las mujeres que tenían enmarcada una lámina coloreada de la Esperanza en la única salita en la que se hacía toda la vida de la casa o una estampa bajo el cristal de la mesita de noche, que se echaban a la calle para verla salir y después se acostaban hasta que volvía al barrio y la buscaban por Feria, por Relator o por Parra estrenando, si podían, alguna ropa… Ellas conocían el secreto de los ojos de la Esperanza. Sentían y transmitían sin palabras que tan cierto como que vivir es separarse -y mira que sabían de adioses y duelos- lo es que morir es reencontrarse.

Esto no es nostalgia y sigue siendo cierto hoy. La Macarena es el triunfo de la vida con toda su carga de dolor y de esperanza, la "misionera de un amor vuelto estrellas, calma, mundo, salvado ya del miedo" (otra vez Salinas). Por algo la puso Dios como un faro, Lux Aeterna, en el antiguo camino del cementerio.

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