LA familia del joven de Villarreal que fue detenido por haberle tirado un plátano a Dani Alves -al grito racista de "¡comételo, macaco!"- ha organizado una manifestación de protesta porque considera que este joven ha sufrido un linchamiento público. Todo esto es asombroso. Estoy seguro de que ese joven, cuyo nombre ha sido omitido pudorosamente en muchas informaciones, se jactó de lo que hizo en las redes sociales y envió whatsapps a sus amigos contándoles su hazaña. Si tenía Facebook, seguro que alardeó de su gesto puramente estúpido ("¡comételo, macaco!"), porque sabía que iba a ser aplaudido por sus amiguetes. Pero cuando resulta que ha sido acusado de vulnerar el Código Penal, por "provocar a la discriminación, al odio o a la violencia", le ha entrado un ataque superlativo de canguelo y se siente linchado. Ahora ya no se acuerda de su frase idiota, ni tampoco se acuerda de que él mismo estaba linchando simbólicamente a Dani Alves cuando le tiró el plátano.

Este joven tiene 26 años, ¡26 años!, que se dice pronto, aunque su conducta era más bien la de un adolescente de 12 ó 13, de ésos que tiran petardos por la calle cuando pasa una señora mayor y juegan a saltarse todos los semáforos porque las hormonas en ebullición pueden más que su cerebro. Pero ahora ese joven que no fue capaz de pensar lo que hacía se siente linchado y su familia tiene que organizarle una manifestación de protesta. Ya imagino las pancartas, atacando a los políticos -eso siempre viene bien, y más en estos tiempos-, y exigiendo de paso "dignidad" y "respeto", que son palabras que quedan muy bien, aunque lo que hizo ese chico iba en contra de todos los principios de la dignidad y del respeto. "¡Comételo, macaco!"

Pero en el fondo no debemos extrañarnos de que las cosas sean así. Cada vez es más frecuente que la gente no entienda muy bien lo que hace, ni sepa que sus actos tienen consecuencias, porque estamos acostumbrados a vivir en un estado de impunidad permanente. No hay muchas diferencias entre este chico que se siente linchado y el banquero Blesa, o los defraudadores gigantescos de impuestos, o los jueces que se saltan la ley a la torera, o los políticos que sólo piensan en mantener el cargo al precio que sea. Y así vamos. Nuestra edad mental, como país, no supera los trece años, porque tenemos problemas serios para entender que los actos tienen consecuencias y que existe una cosa llamada responsabilidad, y porque a todos, en el fondo, nos encanta jugar a tirar plátanos.

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