La ciudad y los días

carlos / colón

Todo es Macarena

CALIFICAR de extraordinaria una salida de la Esperanza Macarena es una redundancia o una inexactitud. Redundancia porque todas sus salidas lo son. ¿Hay algo más extraordinario que esa Resolana anhelante a la que le basta, para estallar en un aplauso de gozo, verla quieta y lejana cuando se abren las puertas de la Basílica para que se eche a la calle la Cruz de Guía? ¡Y aún falta una hora y media para que Ella salga! Sólo el silencio que se hace en la plaza de San Lorenzo cuando se oyen los primeros golpes del llamador, aún el Señor invisible dentro de su Basílica, puede compararse a este instante. ¿Hay algo más extraordinario que la emoción que recorre la bulla como una corriente eléctrica, cuerpo a cuerpo, voz a voz que va diciendo a todos lo que sólo los afortunados que están frente a la Basílica saben: que ya ha sido asunta la Esperanza, que ya está dando la primera chicotá que la posará justo ante la puerta, que ya están los ciriales en el atrio, que pronto se oirá la Marcha Real. ¡Y aún falta tanto -atrio, Esperanza Macarena, saeta, cancela, barreduela, Arco- para que el palio nazca a la Resolana y por fin lo puedan ver quienes la aguardan apiñados desde el Plata a los Altos Colegios y la embocadura de Feria! ¿Hay algo más extraordinario que la capacidad de la Esperanza para convertir la larga espera en gozo de presencia aguardada, para que su intuición -cuando se oye el eco apagado de la música sin aún verla- sea ya plenitud y para que el poder de su cara derrote distancias, haciéndola reconocible por lejos que la veamos? ¿Hay algo más extraordinario que lo que se vive, se recuerda, se ríe, se llora, se reza, se dice, se piensa, se siente en las doce horas que está en la calle? Todo es extraordinario cuando de Ella se trata. Por eso es redundancia decir salida extraordinaria de la Macarena.

Y la cosa no se arregla si damos a las palabras "salida extraordinaria" su sentido corriente, el de salir fuera de la Semana Santa. Porque cuando este paso se pone en la calle se desata un tiempo santo y único. Ya no es el día que era, ya no es mayo, ya no es el tiempo litúrgico que sea. Ya todo es sólo Macarena. No hay otra cosa. Sólo su paso. Sólo su cara. Sólo buscarla. Sólo encontrarla. Sólo perderla y, no pudiendo soportarlo, volver a buscarla. Una y otra vez. Incansablemente. Mientras el pobre cuerpo aguante. Cuando la Esperanza está en la calle, manda el alma.

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