cuchillo sin filo

Francisco Correal

Macondo en el Guadiana

ESCRIBO desde el ordenador del Patio de la Jabonería de Ayamonte. Es un frenesí impresionante, porque sus inquilinos, los pintores Florencio y Chencho Aguilera, padre e hijo, preparan la exposición de tres generaciones (se suman cuadros de Rafael Aguilera, el primero de la saga) que inaugurarán en Nueva York el 12 de octubre. Irán a la ciudad "puesta de pie" (Céline) para conocer la galería. Tiempos trucados en los que Florencio ha donado piezas de Ángel Martínez, coleccionista madrileño, para una exposición de belenes que se inaugura en El Puerto de Santa María el día 25. Un belén navideño, como unos juegos olímpicos de invierno.

Es Ayamonte tierra fértil de pintores. Un cuadro en movimiento. Describo uno de mis lienzos favoritos. La Virgen del Carmen es la patrona de los marineros. Canela es un poblado de pescadores que está entre el casco urbano de la ciudad y las playas. Entre la historia y el turismo, el trabajo duro e incierto de los hombres de la mar. A la Virgen la sacan de la ermita y recorre el poblado entero. Hablar de tipismo sería incurrir en una visión superficial, un cuadro costumbrista de lo que en realidad es una pintura telúrica, la sal de la tierra. Canela es Macondo, Canudos y Stromboli. La Virgen, con el niño marinero en su regazo, es mecida por hombres que se relevan. Abundan las jóvenes embarazadas, "no te toco la barriga que dicen que se pega". Dejan a un lado los dos campos de fútbol, que los tiene aunque el equipo esté en Tercera División y se salvó del descenso a Regional por el goal average con el Marinaleda.

La gente se arracima en la calle central del poblado, mientras se prepara la escolta de barquitos que la acompañarán mar adentro, con los cuerpos de los cargadores semihundidos en el agua. Es la desembocadura del Guadiana. Los ojos que convirtieron a Sancho Panza en Homero. El barco de pasajeros que viene de Portugal le hace los honores. Salva de cohetes. Ruinas de lo que hace 76 dieciochos de julio era una casa cuartel de la Guardia Civil. Se impone el crepúsculo y los mosquitos se enseñorean del lugar.

La Virgen sale de las aguas justo cuando el río se hace océano. No hay pintores para esas caras, esos desgarros. Un hombre con el atuendo mariano se sube junto a la canastilla. Su adustez de personaje del Oeste se transforma en ternura cuando acerca a la imagen a la legión de niños, la mayoría muy pequeños, que le depositan los padres en sus manos. Después procede a subastar la vara. Siete mil euros es la puja final. Como un Sorolla que volviera a Ayamonte a mezclarse entre los atuneros. Creencias populares. La lección de San Mateo de quien escondió estas cosas "a los sabios y entendidos" y se las reveló "a la gente sencilla".

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