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El puesto de España está en cumplir sin sombras demagógicas sus compromisos internacionales

Voy a hablar del conflicto en Ucrania entre Rusia y la OTAN, y es la tercera vez que empiezo el artículo. En la primera tentativa me excusaba de no ser un experto en geopolítica, como si ustedes me leyesen (mil gracias) por ser experto en algo. Al columnista no se le pide que sea un experto en nada, sino que en todo aporte su sentido común, su coherencia personal y, sobre todo, su voz. Descarté las excusas. Me pasé en la segunda tentativa al otro lado, y arranqué con una gracieta. A los de nuestra edad, cualquier conflicto entre Rusia y Occidente nos parece como la guerra fría recalentada en el microondas. Las ondas de este conflicto pueden ser muy grandes como para andarnos con chistes. Voy a enumerar las cuatro cosas que desde mi esquinita quiero decir y ya está.

Tomar una postura no está reñido con comprender las razones de las dos partes, sino al contrario. Rusia me es simpática por su historia martirial, por su santa literatura y por la "revolución conservadora" que intenta, a pesar de sus incoherencias, Putin. También entiendo su dolorido sentir nacional, aunque con la anexión de Crimea ya podría habérsele calmado un poco el orgullo herido, que se la comió.

Esa comprensión no empece que sea inaceptable su injerencia en la soberanía de un país independiente como Ucrania y su intervencionismo en la política de defensa de Occidente. Además de la justicia, están los intereses.

En el complejísimo tablero de la geopolítica, Europa cuenta poco, pero contará mucho menos si no ve los órdagos que le lanzan. El puesto de España está con el cumplimiento de sus compromisos con la OTAN, con la UE y con Estados Unidos. Se dice muy apresuradamente que ya tenemos bastante con la frontera de Marruecos, pero es que esa frontera también se defiende cumpliendo con seriedad y honor con nuestros socios. La espantada de Zapatero en Irak y la retirada de la Méndez Núñez en 2019 son precedentes de lo que jamás tendría que volver a suceder.

Aunque no sea expertos en geopolítica, desde mi rincón meridional tengo tres cosas meridianamente claras. El chantaje es siempre inaceptable; los compromisos se cumplen a rajatabla porque la palabra dada y la firma son inamovibles y, por último, nada mejor para la paz que mostrarse serenamente firmes. Sería ideal que en este asunto no se hiciese ni demagogia pacifista ni regates partidistas. Acierta el Gobierno al mandar nuestra fragata Blas de Lezo.

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