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Francisco núñez roldán

Escritor

Madame Maigret

El feminismo radical considerará insultante el anonimato de madame Maigret

Onetti era y es un gran escritor que además leía mucho. Tanto como bebía. Sus novelas son buenas pero sus cuentos resultan fabulosos. Pasó sus últimos años en Madrid, en la cama, de espaldas a la ventana, bebiendo, leyendo y releyendo casi en exclusiva a Georges Simenon.

Sabedor de ello, cometí la imprudencia de iniciarme en la lectura del belga. No sólo sus novelas policiacas, las de Maigret, que andan muy lejos de la literatura detectivesca al uso. Uno las lee y relee, porque no importa la trama, ni quién demonios es por fin el asesino, sino los latidos humanos que hay en esas obras. Literatura de primera, con personajes vivos, y gran tensión psicológica y ambiental. La economía de palabras les otorga además una desnudez y eficacia insultantes para quienes querríamos contar tanto en tan pocas líneas.

Quizá el personaje más simpático que aparece en las novelas de Maigret, tras del comisario, es madame Maigret. Asoma en casi todas ellas, y en alguna hasta es clave para enredar y luego resolver un caso. Es una mujer doméstica, juiciosa, a la que jamás se describe físicamente. Solo una vez alguien la refiere como "una señora gordita". Y lo peor es que no sabemos su nombre. Es simplemente madame Maigret. Pero tiene gran valor en todo el texto. Cae muy bien, es interiormente más sólida que su marido, al que no pocas veces consuela o hace bajar a la realidad, y mantiene en orden un hogar sin el que Maigret sería humanamente un desastre. El feminismo radical considerará insultante ese anonimato heteropatriarcal hacia la esposa de Jules Maigret. Estoy de acuerdo. Pero les invito a leer las novelas referidas y comprobar que no dan ninguna sensación de vejación machista hacia la mujer del policía. Al contrario, cada vez que ella asoma, da una impresión de estabilidad y sentido común, de inteligencia natural sin la que el comisario tendría dificultades en su vida, y de rebote en sus investigaciones. Madame Maigret, anónima e imprescindible en la cotidianeidad del jefe de la policía judicial, es un ejemplo de solidez y discreción, de mujer que por circunstancias de los años cincuenta al setenta, aparece como afectuoso complemento de un sabueso genial. La idea, para el feminismo hirviente, debe de resultar una abominación y una prueba más del heteropatriarcado en las letras universales. Entonces, uno acepta el argumento y propone que la alternativa es leer a cualquier autora hispánica, quizá incluso reciente premio nacional, cosa no incompatible con un pobre techo creativo. En este caso, la lectora, en especial, será feliz deslizándose por líneas de alta ramplonería literaria políticamente correcta. Otra posibilidad es seguir leyendo a Simenon, consciente de su catadura y las limitaciones de su época y sexo, sumergidos en una literatura donde, por encima de moralinas, se disfruta en cotas máximas del arte de narrar, que a lo mejor es para lo que se han inventado las novelas. Ustedes mismos.

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