Ayer mañana, leyendillo la columna que Luis Sánchez-Moliní le dedicó al cocotero plantado por la mano de un vecino, la cabeza se me pobló de otros árboles cuidados por iniciativa de la gente. Como aquel que crece a la entrada al edificio de RTVE, y que el periodista Manuel Pedraz contempla con aprecio, y se sonríe. O como aquellos que encontramos en un solar de todos y de nadie en la calle González Cuadrado. Aquel lugar había pasado de escombrera a jardín por obra y gracia de un vecino. Con la misma generosidad que lo cuidó, recibió la idea de un grupo de arquitectos, poetas y artistas sevillanos -un pelín epicúreos, claro- de pasar por allí para echar una mano, charlar o sestear bajo la sombra. O como ese naranjo unido al tronco de una palmera, que está cerca de la Susona. Éste no lo plantó, y ni siquiera lo cuidaba un amigo, buen conocedor de bosques de acebos, tejos y pinsapos. Sencillamente lo admiraba, ojiplático, mientras decía no sé qué de Sevilla y el romanticismo vegetal. Las gentes de la plataforma Sevilla Más Verde han echado estas fiestas plantando árboles, más de 350, en Tablada. Todos son, de algún modo, el hombre que en Sacrificio, la peli de Tarkovski, planta un árbol muerto, ayudado por su chiquillo. Quien lo riega obtiene callados frutos.

Pervive entre las gentes de Sevilla cierta sensibilidad hacia las plantas, los árboles, los parques y jardines. Lo he sentido así entre quienes van a disfrutar al Alamillo, los Príncipes, los jardines de Murillo, los escondrijos de La Caridad, Alcosa, María Luisa, o recuperan el resuello en los de Montpensier. Lo sentí así el pasado verano, cuando la tala de árboles puso en muy guardia a colectivos y particulares, y se abrió un intenso debate. La caída de ramas no podía causar muertes ni atropellos, pero ojito con tocar innecesariamente ningún árbol. Quizá haber conocido la vida en los patios tenga algo que ver. Sostengo, con Chaves Nogales, que hay en esos jardines encerrados en casas y vecindarios de Sevilla un puntito triste, un anhelo selvático que no llega a satisfacerte plenamente. Pero ahí. Sé de sevillanos de toda condición que han crecido a la par que el júpiter, el jazmín o el limonero de un patio. A uno de ellos le llevé el otro día un arbolé que, indomable, crecía en mi balcón, para que le diera cobijo en su jardín. No le cabía en la cabeza que me desarrancara así de aquella raíz invertida. Como no cabe en la mía que, con esta sensibilidad ciudadana, la gestión del arbolado de Sevilla no haya contado, más y mucho antes, con la Mesa del Árbol, para aportar estabilidad al cuidado del sistema verde de la ciudad. ¿Quedarán los árboles al pairo del próximo mandato consistorial? Qué mala sombra.

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