DE la manifestación promovida ayer por el PP andaluz en Málaga contra la destrucción de empleo se pueden decir muchas cosas. La primera, por supuesto, es que el principal partido de la oposición tenía el mismo derecho de celebrarla que cualquier otra organización política, sindical o social, y la misma libertad de abanderar los intereses de los desempleados. Fijémonos en un aspecto colateral de la estrategia. Es una acción contra la ejecutoria del Gobierno Chaves ante la crisis. Pero tuvo lugar en Málaga y no en Sevilla. Estas cosas sólo pasan en Andalucía. Movilizar a miles de personas en autobuses con el fin de realizar la protesta a 200 kilómetros de donde se residencia el poder autonómico.

Para exhibir una demostración de fuerza, Arenas se sentía más respaldado en la capital malagueña, su gran bastión municipal. Pero ello supone que la manifestación, cuyo móvil es general y no local, también se convierta en una protesta malagueña contra la gobernación desde Sevilla, la capital que a sus ojos es culpable de todos los agravios imaginables. Como si por estos pagos se viviera en el mejor de los mundos posibles desde que el empleo se va al garete.

Si el PP quiere hacer visible en toda la comunidad que es una alternativa al imbatible PSOE regional, debería haber organizado concentraciones en las ocho capitales de provincia (precisamente donde tiene más adeptos), o citar a todos sus efectivos sólo en Sevilla y que recorrieran la ronda histórica camino del Parlamento, o la Palmera camino de la Casa Rosa, y ante uno u otro lugar exhortar a que se tenga en cuenta su manifiesto por el empleo. Si estuviera en la misma tesitura en la Comunidad Valenciana, no lo haría en Alicante. Ni en Castilla-León lo haría en Salamanca, ni en Galicia elegiría Vigo, ni en Murcia sucedería en Cartagena.

La crisis de identidad andaluza es mucho más perdurable que la recesión económica.