Acción de gracias

Maldito Harry

Acudí a los estudios Universal esperando encontrar algún rastro del Hollywood glorioso, pero me equivocaba

Estas vacaciones, que me perdonen los admiradores del niño mago, he acabado odiando a Harry Potter. Déjenme que me explique, que sé que ese huérfano de buen corazón no merece semejante desprecio, pero he de decir en mi defensa que albergo mis razones. Estuve hace unos días en los estudios Universal, en Los Ángeles, esperando encontrar allí algún rastro de ese Hollywood glorioso, de los platós en los que rodaron, entre otros, Alfred Hitchcock, Douglas Sirk, Cary Grant, James Stewart o John Wayne, de la factoría donde dieron forma a criaturas legendarias como Frankenstein, Drácula o El Hombre Invisible. Pero había olvidado, ay, que yo tengo gustos de viejo -esos ciclos de La 2 de TVE cuando era chico me convirtieron en un anciano prematuro- y que las preferencias del personal van por otro lado. En un tour pudimos ver la casa de Psicosis, sí, el Bates Motel, incluso algún escenario del pueblecito donde transcurre Tiburón, pero las referencias a los clásicos se agotaban ahí. Una aparatosa persecución en coche, simulada en 3D y sacada de la serie de Fast and Furious, delataba que la visita guiada no estaba concebida para mí, que ni tengo el carné de conducir ni me emociono con las escenas de acción. Una frenética pelea del King Kong de Peter Jackson con un dinosaurio me recordó que yo soy más del simio en la versión menos acelerada de 1933 y, si me apuran, del bicho que se enamoraba de Jessica Lange en la versión de los 70.

Terminado aquel tour quedaba el parque de atracciones, y ahí es donde deseé que el villano de Voldemort se hubiese cargado a Harry Potter el mismo día en que nació el chaval y me hubiese ahorrado un disgusto tan tremendo como el que viví. Me pasé todo el recorrido de una montaña rusa que recreaba el vuelo de un hipogrifo temiendo que no me habían amarrado bien al asiento y que terminaría disparado y explotaría como kétchup en suelo californiano. El otro cacharrito consistía en una recreación en tecnología punta de un paseo en escoba, y, demonios, aquello te agitaba como si fueras un bote de Cacaolat, maldito Hogwarts y maldito Gryffindor. A los hijos no reconocidos de Peter Sellers se nos corta el cuerpo en estas aventuras, y deseamos morirnos entre gritos, taquicardias y sudores fríos mientras niños de pocos años se regocijan como plácidos querubines con el traqueteo. Y no se crean que el nivel de sadismo del mundo mágico de Harry Potter mengua en el resto de la oferta: hasta la montaña rusa de Los Simpson -ahí ya no me atreví a montarme-se definía en un aviso a la entrada como "altamente agresiva". Sin saberlo, cuando Bette Davis decía en Eva al desnudo aquello de "abróchense los cinturones, va a ser una velada movidita", se estaba anticipando a lo que venía.

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