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Mamotreto faraónico

¡Qué más quisiéramos que fueran faraónicos, que construían para la eternidad!

Los últimos edificios construidos en Sevilla para residencias de estudiantes han despertado, quizás ya era hora, sorpresa y estupor, porque la ciudad ha permanecido impasible durante décadas a casos, y solo es un ejemplo entre muchos, como el del edificio regionalista de Aníbal González en la esquina de la Palmera, junto al antiguo Puesto de los Monos, construido entre 1921 y 1923 como Villa María y desde los años cincuenta del pasado siglo dedicado a clínica. Con remontes y ampliaciones sucesivas pasó de ser una vivienda unifamiliar para transformarse en un importante complejo sanitario. Las nuevas residencias de estudiantes de la avenida de la Palmera, las construidas y la que está en obras, y también la de la calle Ramón Carande, han tenido la virtualidad de romper el silencio sobre las transformaciones de la ciudad. Aunque hay otras residencias, por ejemplo, en la Calle Camilo José Cela y más vendrán, porque la Universidad de Sevilla tiene tirón científico para estudiantes de todas partes y la ciudad tiene atractivo para ampliar la demanda. Hay quien sospecha que en el futuro serán transformadas en hoteles. Todo es posible, pero para controlarlo están las ordenanzas de los planes de urbanismo, las de protección del patrimonio y las de cambio de uso de las edificaciones, tanto del Ayuntamiento de Sevilla como de la Junta de Andalucía y el control por parte de dichas autoridades. Si no nos parecen bien las normas, cámbiense. La acción ciudadana lo ha conseguido antes y lo puede hacer ahora y más con elecciones municipales a la vista. Y si es un tema puntual, no hay más que recordar la fallida biblioteca proyectada por la arquitecta Zaha Hadid en el Prado, que un grupo de vecinos consiguió que no se hiciera, estudiando el caso y actuando. En contra de la opinión de los que nos parecía bien que se edificara, fuéramos muchos o pocos. Tenían derecho a intentarlo y lo lograron. Nada que objetar.

Por eso está bien la alarma ante los casos más significativos, si sirve para llamar la atención sobre la arquitectura de la ciudad. Pero todos los casos no son iguales y desde los medios debemos informar de las diferencias y no resolverlo con el uso de palabras sonoras pero que simplifican la cuestión. Escribimos mamotreto y la palabra se repite como eco en las redes sociales de manera que queda dispuesta para poder aplicarla a cualquier edificación que no nos guste. Mamotreto, adefesio, armatoste, son palabras que usadas indiscriminadamente en tono despectivo suenan a xenofobia arquitectónica. Cuidado con demonizar edificios por las buenas que ya hemos visto cómo se le va la cabeza al personal, tirando salsa de tomate a Los Girasoles de Van Gogh. ¡Qué culpa tiene el tomate, decía la letra popular…! Todavía recuerdo los pasados años ochenta y noventa, que cuando alguien quería descalificar uno de los nuevos edificios que se hicieron, bastaba con llamarlo faraónico. ¡Qué más quisiéramos que fueran faraónicos, que construían para la eternidad!

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