La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El desgarro de la muerte en el Parlamento de Andalucía
La tergiversación debe ser una condición necesaria de la posverdad, aunque, para dar con la suficiencia, ha de contar con la capacidad de influir en la opinión pública y en las actitudes sociales. Tal es el propósito de la posverdad, manipuladas las creencias y las emociones. Y esto último es propio, justamente, de la tergiversación, pues con ella se da un interpretación, ya forzada, ya errónea, a las palabras o los acontecimientos.
En la Baja Edad Media, aunque resultaban tan lejanas nuestras posverdades posmodernas, se disponía de una efectiva forma de propaganda, la de los romances. Esos poemas de la tradición oral que difundían argumentos y relatos no pocas veces a beneficio de quienes procuraban y remuneraban que se extendieran. Así ocurrió, de manera destacada, en el caso de María de Padilla –concubina de Pedro I y reina después de morir–, y una muestra lo revela con meridiana evidencia. Cuenta Pedro López de Ayala, cronista que vivió en tiempos de Pedro I y conoció los hechos del reinado –de los que da pormenorizada cuenta su Crónica–, que, encontrándose María de Padilla en el Alcázar de Sevilla, llegó Fadrique de Castilla, maestre de Santiago y hermano bastardo de Pedro I, al que este había mandado llamar, con engaño, para quitarle sanguinariamente la vida en el propio Alcázar, el año 1358. Precisa el cronista, que escribía cuando había cambiado de lealtades –para servir a la dinastía Trastámara, tras el regicidio de Pedro I, a manos de otro de sus hermanos bastardos, Enrique II–, que el maestre fue a ver a doña María y a las hijas del rey, “que estaban en otro apartamiento del Alcázar, que dicen del caracol”. Sabía María de Padilla, afirma el cronista, todo lo que estaba acordado contra don Fadrique y, cuando lo vio, puso tan triste su cara que todos lo podrían entender, porque era ella una dueña de buen seso y no se pagaba de las cosas que el rey hacía, por lo que le pesaba mucho la muerte del maestre.
Contado así, la tergiversación y la posverdad se advierten en uno de los romances recopilados por Juan Menéndez Pidal, hermano de Ramón, que comienza diciendo: “Mañanita de los Reyes,/ la primera fiesta del año,/ cuando damas y doncellas / al rey piden aguinaldo”. Ocasión para que precisamente María de Padilla pida al rey la cabeza de don Fadrique: “Doña María, entre todas,/ viene a pedirle llorando,/ la cabeza del Maestre,/ del Maestre de Santiago. / El Rey se la concediera;/ y al buen Maestre han llamado”. Queda pendiente la conclusión del romance, pero el rey don Pedro, versos mediante, recibió la cabeza de don Fadrique para llevarla a doña María: “Allí la entregan al Rey: / él, maguer era su hermano, / mandó echarla en una fuente / por hacer el aguinaldo”. Qué regalo de la posverdad, en fin, en una medieval mañana de Reyes.
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