La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Mañara en femenino

Cada semana dedica las horas que no tiene a visitar en el hospital a quienes nunca reciben visitas

Dedica una tarde a la semana a dar a los demás lo más difícil, lo más costoso, lo más duro en muchas ocasiones: su tiempo. Esta sevillana llega al hospital, recoge la octavilla donde aparecen los nombres de quienes necesitan ser visitados porque nadie acude a verlos, toma las medidas higiénicas de obligado cumplimiento y comienza la ruta habitación por habitación. Previamente ha recibido un curso sobre cómo tratar a estos pacientes que cargan con el sufrimiento añadido de la soledad. Qué se les puede decir, de qué no se les debe hablar nunca, el tacto que siempre hay que guardar. Hay veces que no se puede hacer nada porque están dormidos por efecto de los fármacos o por el peso de su cruz, otras veces charlan de su pasado, de un mundo superado por los cambios vertiginosos de la sociedad de hoy, e incluso hay quienes piden morirse porque no se reconocen ya en el tiempo postrero que les ha tocado vivir. Ella habla con todos y la mayoría le cuentan sus cosas. Uno fue camarero de un restaurante de altísimo nivel, se le nota en la habilidad en el trato, otro tiene tal edad que ya se ha muerto toda su gente. No le queda nadie como asidero emocional. A veces no se trata de visitar a alguien en el hospital, pero sí de acompañar a una persona mayor al médico. Llevarla en un taxi, estar con ella en la consulta y dejarla de nuevo en su hogar con el barniz reparador de un rato de compañía. En Cáritas me explicaron una vez que en ocasiones la asistencia consiste en ayudar a una persona mayor a comprar un bonobús, pero no por el dinero, sino porque no saben gestionar cómo se saca la tarjeta de la Tercera Edad, un trámite que para muchas personas supone una verdadera cuesta arriba. Esta amiga no tiene tiempo, pero lo saca. Tiene multitud de ocupaciones y de frentes abiertos en su vida personal como cualquiera de su edad, pero exprime las horas para dedicarlas a unas experiencias gratificantes. Ella cree que acompaña a los pacientes que están en soledad, pero en el fondo sabe que son ellos los que la hacen mejor persona, la ayudan a sentirse útil y a sacar lo mejor de sí. Ella es una suerte de Mañara en versión femenina en este siglo XXI donde el arzobispo sigue denunciando una situación de emergencia social. Dios le ha dado a ella ese carácter bueno, generoso y con capacidad para empatizar con el prójimo en un instante. Y lejos de quedarse su talento para sí, de echarse en el sofá y disfrutar de todas las comodidades que le permiten su familia y su posición social, acude cada semana con discreción a darle conversación a aquellos que no tienen ni quienes le dirijan la palabra. Esa octavilla con los nombres de los que están solos en un hospital es una de las vergüenzas de la sociedad de hoy. Y esta sevillana, un orgullo y la esperanza en un mundo mejor.

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