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Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Mano negra

No hay que buscar una mano negra fuera de Sevilla para explicarse muchas de las cosas que lastran la ciudad

Hace unos días, a cuenta del supuesto ataque del Puerto de Huelva contra el de Sevilla, se presentó una plataforma de apoyo al recinto sevillano. Hasta ahí todo normal: es sano que haya una movilización en defensa de los intereses de la ciudad cuando se considera que éstos se han visto comprometidos, aunque sea tarde y mal como en el caso de Majarabique. La plataforma en cuestión, y aquí está lo curioso del asunto, protestó por la existencia de una mano negra que se la tiene jurada a Sevilla y que, una tras otra, boicotea todas la iniciativas que persiguen el progreso de la ciudad y que, según ellos, deben ser muchísimas y brillantísimas. ¿Quiénes promueven esta dinámica plataforma y denuncian esa mano negra que nos condena al subdesarrollo? Nada más y nada menos que la Cámara de Comercio, la Confederación de Empresarios y los sindicatos. Pues vaya tres patas para un banco, que dirán ustedes. Y no les falta razón. Nadie puede dudar de la buena voluntad de sus gestores y de que intentan arrimar el hombro. Pero los resultados no parece que les hayan acompañado en las últimas décadas. De que la Cámara de Comercio sigue funcionando muchos sevillanos se habrán enterado estas pasadas Navidades a cuenta de la agresión grosera y machista, además de hortera, de un miembro de su pleno contra una diputada del Parlamento andaluz. Por lo demás es una institución que proyecta una imagen apolillada que ni para lobby parece que dé el nivel. Lo mismo cabría decir de la patronal local, desdibujada y de la que hace mucho que las pocas grandes empresas que tenemos no quieren ni oír hablar. Salvo para defender en los medios intereses que afectan a sectores y actividades muy concretas, ni la una ni la otra parece que estén a la vanguardia de nada. Pasan por Sevilla sin romperla ni mancharla. De los sindicatos, casi mejor sería no hablar. Los dos mayoritarios han dilapidado el prestigio del que gozaron en los primeros años de la democracia en medio de la inacción y los comportamientos poco claros. Hoy, los trabajadores les han dado la espalda y subsisten como maquinarias burocratizadas que, en los años buenos, captaron y gastaron ingentes cantidades de dinero público gracias a las políticas de concertación.

No hay que buscar una mano negra fuera de Sevilla para explicarse muchas de las cosas que nos lastran desde hace décadas. Cierto que la ciudad no ha recibido un trato de favor por parte de las administraciones en el último cuarto de siglo, desde la Exposición Universal de 1992, pero eso no se hubiera producido, o se hubiera producido de otra forma, si Sevilla hubiera tenido otro tipo de sociedad civil encauzada a través de instituciones más eficaces y dinámicas. Esta rémora no afecta sólo a las aquí citadas más arriba, sino también a las que se mueven en ámbitos culturales o incluso deportivos. Quizás en los últimos años quien más haya hecho por impulsar el nombre de Sevilla y ponerlo en la élite de los mejores en su especialidad haya sido el club de fútbol que lleva su nombre y que se codea, año tras año, con los mejores de Europa.

La mano negra la hemos propiciado nosotros mismos permitiéndonos el lujo de vivir en una ciudad acomodaticia e indolente donde parece que nada importaba demasiado y donde los trenes han pasado uno tras otro sin que supiéramos subirnos a ninguno. Más que buscar fantasmas fuera, lo que necesita Sevilla es hacer autocrítica para no volver a cometer los mismos errores una y otra vez. El freno no lo tenemos fuera, lo tenemos dentro. Y en todo esto tienen mucho que ver las instituciones de las que nos hemos dotado. Las que ahora se quejan de lo que nos pasa y quieren ver fuera el origen de todos nuestros males tienen responsabilidad clara y manifiesta. Ellos, pero no sólo ellos, son también mano negra.

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