Los tiempos pactados, el escenario impoluto, la altura de las sillas reguladas al milímetro. Aunque mejoró los de ediciones pasadas, el debate entre Rajoy y Rubalcaba fue más un muestrario de posiciones impostadas que un contraste de programas. Un cara a cara es controversia, tesis y antítesis, réplicas, contrarréplicas y dúplicas, no un intercambio de acusaciones superficiales y previsibles entre dos viejos adversarios. Rajoy consiguió no perder ningún voto y quizá Rubalcaba logró crear cierta inquietud entre antiguos votantes del PSOE sobre las intenciones del PP, pero fue un espectáculo de marca blanca.

Era lo pactado y no había margen de maniobra alguna, aunque Campo Vidal da para mucho más que para ejercer de guarda urbano, regulando el tráfico de preguntas y respuestas con el brazo extendido. Sin pretenderlo, hasta el ministrable Montoro echó ayer en falta el papel de un tercero al sostener que Rubalcaba, más que el de un candidato a la Presidencia, jugó el papel de "buen periodista, de periodista inquisidor". Debió decir "inquisitivo", cosa bien distinta.

Cristina Fernández, de Kirchner, acaba de lograr la mayoría absoluta en Argentina sin conceder una sola entrevista o someterse a preguntas en ruedas de prensa. Ha vencido al abrigo de sus mítines y de las redes sociales, donde el derecho a réplica en los canales oficiales pasa los filtros convenientes. A la hora de la verdad, la política que calza mocasines y camina sobre alfombras ignora a los ciudadanos.

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