EN la Plaza de la Encarnación y aledaños ha ocurrido lo previsible. Su vallado vacío de 40 años, ahora gran espacio peatonalizado, está siendo ocupado sobre todo con inversiones en establecimientos de hostelería. Hay bares, cafés, pizzería, yogurtería, abacería, cervecería... Eso no es mérito del estilo arquitectónico del Metropol Parasol, sino la búsqueda de negocio en una de las escasas plazas grandes de Sevilla, lugar de paso para muchos itinerarios. Fuera cual fuera el diseño implantado en la Encarnación, en una gama de opciones desde el neocatetismo a la ultrapijada o la arquitectura verdaderamente moderna, la inercia hostelera sería la misma. Y el éxito de La Sureña con sus cervezas y sus precios sería el mismo.

A todo ello se suma, desde hoy, la gran barra de tapas en el mirador panorámico de las setas bajo el nombre de GastroSol, impulsada por el empresario del ramo Antonio Palomino, dueño de La Alicantina y de Puerto Delicia. Le ha echado valor para competir en las alturas, en la esperanza de que el turismo quiera comer con los ojos... mirando a la Giralda. Lo que puede hacer rentable el GastroSol es su singularidad como sede de ágapes y banquetes. Desde una boda en la Anunciación o en San Pedro a la recepción de un simposio empresarial o de un congreso científico con muchos extranjeros.

Recuerden que el Gobierno municipal anterior, y la constructora Sacyr, dijeron una y cien veces que en el mirador panorámico habría un restaurante de altos vuelos gastronómicos. Pues no, nadie ha querido invertir ahí para presumir de nueva cocina o de estrellas Michelin. Marchando una de tapeo en la barra, marchando una ración de sol sentados en taburetes o veladores. Esperemos que el GastroSol acabe representando con calidad la cultura del tapeo y la arrope con elegancia, como embajador de la comida rápida suculenta y nutritiva, con la que nos identifican, aunque nuestros jóvenes cada vez la ignoran más porque les obnubilan las pizzerías y hamburgueserías.