Marejada en Francia

Para un presidente-filósofo como Macron esta irrupción inesperada ha zarandeado todos sus discursos y bellas reflexiones

De pronto, un movimiento de masas -que nadie parece haber preparado ni previsto- ha inundado Francia, con un aire improvisado, espontáneo, capaz desconcertar a propios y a extraños. Y, sobre todo, al Gobierno mismo, que busca desesperadamente, sin encontrarlos, interlocutores moderados con los que establecer algún tipo de conexión y diálogo. Habría que recurrir a Masa y poder, el gran libro de Elías Canetti, para averiguar si estas maniobras suponen una repetición renovada de voces insumisas, indignadas y descontentas. O, bien, nos encontramos con un fenómeno social de nuevo cuño, inventado para enfrentarse con nuevas tácticas a la actual política económica francesa. De momento, con una estructura organizativa acéfala y dispersa y un contagioso voluntarismo, los "chalecos amarillos" mantienen sus desafíos semanales, exhibiendo una agresividad relativamente controlada. Y, según encuestas serias, gozan de la comprensión casi del 80% de la población francesa.

Para un presidente-filósofo como Macron esta inesperada irrupción ha zarandeado todos sus discursos y bellas reflexiones. Desde meses atrás, era evidente que su arrogante verticalidad a la hora de ejercer la política y muchas de sus medidas económicas le habían distanciado de sus ilusionados primeros votantes. Pero dada la inoperancia de una oposición paralizada, era difícil prever esta instintiva y radical reacción popular que, sin dirigentes, ha llenado de incendios -aunque de momento sean comedidos- tantos lugares simbólicos. Además, como esta llamativa y colorista insurgencia permanece, de momento, bastante anónima, es difícil que obtengan respuestas las bienintencionadas llamadas presidenciales en búsqueda de una "concertación" de intereses. Porque cuando un gobernante, como Macron, ha perdido credibilidad, esas palabras rituales: "Os he comprendido, volver a casa y hablemos" es difícil que funcionen. Tendrá que acompañar sus promesas, esta vez, de gestos contundentes.

Por otra parte, el desarrollo de esta confrontación puede incidir en dos cuestiones que atañen a los países vecinos. Ya que Macron se ha convertido en el valedor más sólido contra los nacionalismos que amenazan la idea y el funcionamiento de Europa. Y, en otro aspecto, estos movimientos "amarillos" un tanto autónomos -como sabemos por experiencia histórica- corren el peligro de ser absorbidos e instrumentalizados por ese populismo que alienta por doquier. Esperemos que el presidente-filósofo resuelva, esta vez, con sabiduría los dilemas que le asedian.

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