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UNAS tienen la fama y otras cardan la lana. Marisa Rodríguez Palop, la mejor corresponsal que imaginarse pueda, se traslada de Roma a París. La echaremos de menos en las crónicas vaticanas, aunque nos alegramos tantísimo por lo que nos espera desde el Elíseo.

Casi a modo de despedida, Marisa se responsabilizó de un reportaje monográfico conmemorativo del primer año de la llegada del nuevo Pontífice. La hora de Francisco no fue una hagiografía, sino un documento periodístico de primer orden. En cuarenta minutos se glosó un repaso a los hitos más destacados de este Papa, primando en todo momento lo relevante, lo informativo. El reportaje se armó con los testimonios de una serie de compañeros de viaje de Bergoglio. Todos interesantes. Todos muy pertinentes. Con palabras que fueron traducidas simultáneamente al castellano. A diferencia de todas las declaraciones que pudimos escuchar del propio Papa Francisco, al que pudimos escuchar en su propia voz en lengua italiana, subtitulado.

La trayectoria de Marisa Rodríguez Palop ha estado jalonada de éxitos. Su periodismo ha sido vivo y excelso, como ha quedado demostrado en cada una de sus crónicas. La descubrí cuando pasó de 'redactora rasa' a ser la encargada de cubrir la información de la campaña electoral de Aznar. Entonces sentí mucha curiosidad por saber qué futuro le esperaba. Si se instalaba en el poder o volaba más alto (se puede, claro, lejos de la protección de quien manda). Las dudas quedarán muy pronto despejadas. Marisa voló bien alto y sus crónicas se convirtieron en lecciones. Tan dominadora del discurso y el relato periodístico como alejada de la impostura. Modelo de precisión, en las formas y en los contenidos.

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