Marketing de Estado

La monarquía inglesa ha ayudado a proyectar esa imagen de modernidad y tradición que tan bien ha funcionado

El largo ceremonial que va desde el fallecimiento de la reina Isabel II en Balmoral hasta su entierro en la abadía de Westminster, previsto para el lunes que viene, ha dado y dará motivos suficientes para todo tipo de comentarios que, aquí, alcanzarán su cima en la presencia segura (y totalmente justificada, lo contrario hubiera sido un golpe demasiado bajo para su triste vejez) de nuestro Rey emérito junto al resto de jefes de Estado de medio mundo. Y aunque cada mañana decenas de aprendices de Blas de Lezo se echen a los mares de Twitter persiguiendo el fantasma de sir Francis Drake, lo cierto es que todo lo relacionado con la monarquía británica sigue ejerciendo un indudable poder de atracción que incluso ha llevado al absurdo de decretar días de luto a gobernantes que, en el mejor de los casos, lo más cerca que han estado de la difunta es en el cambio de guardia agolpados detrás de la elegante valla de Buckingham Palace.

¿Cuál es la razón de esa poderosa influencia, que excede incluso de los límites de la Commonwealth? No lo es, desde luego, el presunto monarquismo de sus habitantes. La monarquía inglesa ha pasado también sus momentos delicados y, como en todos sitios, los motivos de su mayoritaria aceptación son más de índole práctica que otra cosa. Tampoco los integrantes de su familia real son un dechado de virtudes, y no han faltado los escándalos. En mi opinión, el secreto de ese éxito mediático que amenaza con copar las noticias de los noticieros los próximos días tiene mucho que ver con su perfecto encaje en el entramado institucional (los ingleses, al contrario que nosotros, aprendieron muy rápido de sus errores) y la inteligencia natural del país en su conjunto para diferenciar claramente lo principal de lo accesorio, evitando debates interminables que no conducen a ninguna parte.

Desde esta perspectiva del respeto al Estado y sus instituciones, la monarquía inglesa, tan exquisita en las formas sin renunciar a ciertas excentricidades, ha ayudado a proyectar esa imagen de modernidad dentro de la tradición que tan bien ha funcionado en la Inglaterra poscolonial en la que ha venido reinando Isabel II. Esa es la razón por la que cualquier serie o película producida por su imponente industria audiovisual tenga siempre un punto de encuentro con la monarquía. Y así será mientras siga siendo, como hasta ahora, la esencia de este imbatible marketing de Estado.

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