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¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Mascotas

‘Boncho’ era un pekinés callejero, antipático y homosexual que, paradojas, se perdió tras una perra en celo

Pinto, sesteando.

Pinto, sesteando. / DS

EL periquito se llamaba Guti en honor (o deshonor, que eso nunca estuvo muy claro) del general Gutiérrez Mellado. La biografía de este artillero es apasionante. Pasó de ser uno de los militares sublevados contra la II República a convertirse en el hombre que le paró los pies a Tejero. Algunos lo verían como un traidor a sus compañeros y a su patria, otros como un ser de luz que había sabido evolucionar desde las tinieblas de la dictadura hacia el nuevo sol de la democracia. Pero seguro que Gutiérrez Mellado no veía ruptura en esta evolución y que fue el mismo espíritu (equivocado o no) el que le animó a estar donde estuvo en los dos golpes, el del 18 de julio de 1936 y el del 23 de febrero de 1981.

Volvamos al periquito. Fue una de las mascotas de mi infancia y recuerdo que, cuando se escapaba –aún no sé cómo lo lograba–, había que perseguirlo por la casa con unos guantes de cuero para evitar sus terribles picotazos al apresarlo. Desde entonces, los pájaros enjaulados me producen una angustia indescriptible, incluso los más canoros y hermosos.

Otras mascotas de aquellos años de la Transición fueron las tortugas Burocracia y Democracia. En eso no fuimos muy originales y nos inspiramos en Mafalda, la por entonces popularísima y repelente niña politizada creada por Quino. No recuerdo cuáles fueron sus muertes, pero las imagino crueles, como las que tuvieron dos compañeras de especie que cometí la torpeza de poner en manos de mis hijas. En eso, la sabiduría popular es tajante: “pájaro seas y en mano de niño te veas”.

Los perros del hogar paterno fueron Boncho y Petra. El primero era un pekinés callejero, antipático y homosexual que, paradojas de la vida, acabó perdiéndose por perseguir a una perra en celo. La segunda, una dulce y querida chucha que amaba las playas de El Puerto de Santa María y estuvo con nosotros hasta que su cuerpo no aguantó más. Hoy, ya casado y reproducido, me acompaña Pinto, elegante e indisciplinado spaniel bretón natural de Utrera y, presumo, descendiente de las rehalas de los vizcondes de Chateaubriand.

Podría seguir hablando de más mascotas familiares. De Miguel, patito feo que milagrosamente sobrevivió, se convirtió en una hermosa ánade modernista y terminó plácidamente sus días como un jubilado alemán, en un estanque del sur de Tenerife. O de Darwin, pez naranja que donamos a la fuente del colegio carmelita de Villafranca de los Barros... Pero yo lo que quería era divagar sobre la Ley de Protección Animal que prepara nuestro Ejecutivo y en la que, por lo que va trascendiendo, se mezclan dislates del tamaño de un elefante con algunas cosas razonables. Pero del Gobierno, mejor, hablaremos mañana.

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