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Hace unos cincuenta años, el argentino Bioy Casares publicó Diario de la guerra del cerdo, una distopía que acaece en el barrio bonaerense de Palermo. En ella, los jóvenes comienzan atacar a los ancianos, a los que identifican con cerdos que van en piara, sin protestar mucho, al matadero. Los hostigan por odio a lo que ellos mismos acabarán siendo: "Matar a un viejo equivale a suicidarse". Van contra los mayores dando una vuelta de tuerca aterradora al conflicto generacional, una constante biológica y social. La canonización de la belleza juvenil -y el desprecio de su traslación a la madurez- es algo que percibimos sin cesar, también en las estrategias políticas. Recuerden aquella perla delatora de Carolina Bescansa tras las últimas elecciones. "Si en España sólo votase la gente menor de 45 años, Iglesias ya sería presidente del Gobierno". O sea, "Nosotros, Podemos, somos el partido de los jóvenes, el del futuro; mientras, otros mendigan el voto de las clases pasivas y en retirada". Ése era el mensaje, más allá de la pequeña inferencia estadística de la fugaz ama de cría de la primera fila de un Congreso hecho happening teatral. Haciendo patria.

La brecha entre jóvenes y viejos es mucho mayor ahora que cuando yo, por ejemplo, nací, allá por la fecha en que escribió Bioy su novela. Es otro síntoma de la corrosiva desigualdad creciente que tanto niegan tantos: en renta, salarios, sexos, acceso a la información, educativa, nutricional, energética. La expresión "solidaridad intergeneracional" -bueno, no se abusaba tanto de lo solidario entonces- tenía mayor sentido: había una pirámide de población y no un botijo, los jóvenes accedían de forma fluida al empleo, nadie discutía que las pensiones de quienes habían trabajado durante décadas las pagaban "los activos", con quienes sus hijos harían lo propio al llegarles la hora: aquí no se queda ni el apuntador, y como dejaba caer en su inquietante relato el gran amigo de Borges, un joven es un proyecto de viejo. Francino en la SER me condujo a un informe del Banco de España que constata que la renta de los jóvenes independizados ha caído en los cuatro últimos años considerados veintidós puntos -algo vertiginoso-, mientras que la de los mayores con pensión ha mejorado en más de diez puntos. Un suicidio colectivo a medio plazo. Una guerra de dos mundos que han dejado de ser complementarios. Sólo de momento, sí son solidarios. La aritmética es descarnada: si los jóvenes trabajan poco y ganan poquísimo, el sistema tiene tanto peligro como un cerdo camino del matadero.

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