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Desde mi córner

Luis Carlos Peris

Mel ha hecho un reloj sin importarle las piezas

DOMINGO mediodía, el sol cenital refulge en la vertical de una fiesta, una celebración alborozada que rompe en explosión ruidosa cuando el árbitro dice que aquello se ha terminado. Aquello es un partido de fútbol que ha caído en la talega de un equipo sorprendente que vive un tiempo de vino y de unas rosas que hasta hace nada eran ricas en espinas. Pero es lo que tiene la rosa, que no siempre son las espinas las que copan el protagonismo.

Era la fiesta como la forma adecuada de celebrar un colofón inesperado, el remate a una primera vuelta que no tenía parangón desde una temporada que no se olvida por el beticismo, la 96-97. Entonces era un Betis poderoso hecho a golpe de talonario y manejado por un entrenador que grabó su nombre con letras de oro en la historia del Real Betis Balompié. Entonces era el Betis de un Serra que tenía a Alfonso arriba, a Finidi y a Jarni en las bandas, a Alexis de manija más Vidakovic y Ríos haciendo la raya.

Estábamos ante un Betis que, aparte de la enorme cosecha de puntos, llegó a la final de Copa, pero lo de hoy es infinitamente más meritorio. Siempre, claro, a expensas de que el curso se remate de forma parecida a como se cerró aquél. Y en esa fiesta raro era el bético que no pensase en voz alta que a ver quién podía pensar una vuelta así. Sólo soñando podía imaginarse algo así, pero la respuesta siempre era la misma y es que esa cuenta de resultados es real, cierta como la vida misma, inobjetable.

Y la gran diferencia con aquella recordada 96-97 está en de qué forma se han ido poniendo los mimbres y de qué forma está sincronizando el Serra de turno, ese Pepe Mel que ha logrado convertir en oro lo que no pasaba de cobre. Ha compuesto un reloj que funciona aun no utilizando siempre las piezas más fiables. Ha logrado Mel que esa maquinaria dé la hora por muchas sanciones, lesiones e injusticias arbitrales se crucen en el camino. Y sin tirar un penalti en dieciséis meses, dieciséis.

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