La lluvia en Sevilla

Mercados

Recorrer los mercados de las ciudades se convierte en un lugar común cuando los mercados dejan de serlo

Hay quienes dicen que, cuando visitan una ciudad, van a sus mercados porque blablablá. Yo prefiero los cementerios -más aún si fuese en compañía de Rodríguez Barberán-. Eso de recorrer los mercados de las ciudades donde hacemos turismo se convierte en un lugar común cuando los mercados dejan de serlo (mercados y lugares comunes, es decir, de las gentes del barrio). Así pasa en los del centro de las ciudades londonizadas, donde los aborígenes han dejado de ir precisamente porque aquello está petado de visitantes con el suplemento El viajero apalancado en el sobaco y, por consiguiente, los precios están disparados. De esos otros "mercados" que no sé por qué les llaman así -son meros comederos y sitios de copazo de balón-, ni hablo.

Ignoro si quienes visitan los mercados en otras ciudades van a comprar a los de la suya. Yo voy a uno de mi barrio, a pesar de estar cada día más turistificado y caro. No para hacer toda la compra, sino aquellas cosas "que le dan calidad a la película", que diría Ángel Sanchidrián: pescado, manzanilla a granel, mi cuña de payoyo, chupadeos y una mijita de aquello, para probarlo. Acudo a los puestos en los que estoy segura de estar en una plaza de abastos y no en una cadena de alimentación: porque el placero no me cobra hasta el último centimillo de la cuenta, porque ni me hace compromiso ni me da ojana para que vuelva, porque me trata igual que a quien se lleva lo más caro, porque le devuelvo el tarro que me presta, porque guárdame un décimo. Eso mismo también lo encuentro en otros comercios de especias, frutas, panes o encurtidos del barrio. Y eso mismo empieza a escasear conforme los lugares se despersonalizan.

Pregunto a amigos que frecuentan otros mercados de Sevilla: en algunos, por dentro, los comercios están de capa caída y, por los laterales, sus bebercios están petados, de modo que aquello se convierte más bien en una zona de bares. Otros, sin movida en torno, resisten en decadencia. Otros de barrios no turistificados laten con vitalidad. En otros, la placera hace de su puesto un lugar de encuentro e intercambio de ideas (Rocío y sus tés en El Arenal, Lola en su Obrador en Triana, las tertulias mientras Jose nos despacha…). Si me preguntan qué me parece la nueva ordenanza para que en las plazas de abastos se abran zapaterías, boutiques y joyerías, recordaré que en torno a los abastos -y no dentro que, por higiene, no lo veo- siempre prosperaron oficios remendones, afiladores, relojeros, las quincallas, tenderetes, cachivaches, libros viejos. Lo que importa es que los mercados, con otros comercios o sin ellos dentro, sigan teniendo sentido para los barrios, y cuidar que no dejen de serlo para transformarse en una borrachería o en un centro comercial.

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