Cuando, hace ya algún tiempo, les escribí desde esta esquinita de los viernes y del Diario un artículo titulado La Sevilla americana, me quedé ganas de hacer la segunda parte. Si en aquella columna miraba cómo América está impresa en nuestra historia -en archivos, infraestructuras, música, arte, vegetación y hasta en el habla-, en otra quisiera contemplar cómo América es parte de nuestro presente y porvenir. (Vuelvo a hacer la apreciación: como Luis Sánchez-Moliní, que hila fino, ya lo advirtió, cuando yo digo América lo digo en plan torero; me refiero a los pueblos hermanos de aquel continente, con los que compartimos historia, heridas e idioma). Pero no me detengo sólo en la América que hoy late en las venas de esta ciudad, también quiero mirar a las gentes de todo el mundo venidas a vivir a Sevilla en la última década, que hoy son nuestros vecinos y parte cada vez más relevante de nuestra sociedad. Leo en este su diario que en los últimos seis meses han venido a vivir a la villa y los pueblos 5.300 nuevos vecinos procedentes de otros países. Que ahora llegan más que hace diez años. Y que el mapa de la inmigración es semoviente como ella misma y como la miseria que expulsa a las gentes de su tierra. Es de entender por tanto que ahora arriben más gentes de Venezuela y Nicaragua que de China y Rumanía, cuyas comunidades aquí van menguando. Así, a ojímetro, llama la atención que en la ciudad se vea menos población subsahariana que en las zonas rurales, donde campa la mixtura en las cuadrillas. Los chinos, por su parte, tienen por maña habitar las esquinas sin ser notados, contratan a aborígenes en sus negocios, y aunque se renombran castizamente como Rocío o Carmen, raramente los hallamos fuera de su ámbito. La chiquillería de diversa nacionalidad juega, ajena al prejuicio, en el patio del colegio público. No todas las gentes de fuera que se quedan a vivir aquí son movidas por las apreturas, sino por el estudio, el amor e incluso por idealización del exótico sur. Fruto de curiosas migraciones de antaño son, por ejemplo, algunos amigos sevillanos hijos de sirios que llegaron a Sevilla en los 60 a estudiar Medicina.

Sevilla es y ha sido en otras épocas lugar de paso y asentamiento de gentes llegadas de todo el mundo pero, ¿es por ello un lugar afín a lo mestizo, o ejemplo de encuentro, respeto y colaboración? Mi respuesta zozobra. La convivencia entre diversos no está exenta de conflictos -ni de reggaetones-, pero a los bebedores de esencias -que, por cierto, muchos de ellos no pasarían el examen de nacionalidad española- a quienes no les cabe en la cabeza más que la asimilación cultural a saco o la segregación de facto cabría recordarles que aquellas cosas que aquí medimos por su pureza son fruta extraña de la más granada mezcolanza.

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