Ojo de pez

pablo / bujalance

Meter la mano

CON tal de hacerse pasar por inocente, sin escatimar en vehemencia, Alfonso Rus afirmó hace unos días que "a quien mete la mano hay que cortársela". Perdonen la confusa construcción gramatical, pero parece que el hombre lo dijo así, literalmente, y que en lo referente a cortar también se refería a la mano. No obstante, oiga, tampoco hay que ponerse así. No es cuestión de implantar la ley del talión, ni nada de eso. Algunos nos conformaríamos con apartar a jueces sospechosos de simpatizar con un partido en los juicios por corrupción de altos cargos del mismo partido. Una tontería, vaya. Lo que sin embargo llama la atención, todavía, a estas alturas, es que después del incendio del PP valenciano Rajoy haya reaccionado como siempre: es decir, de ninguna manera. En realidad, su reacción se había dado por adelantado, con su calculado paso atrás ante el Rey como (re)postulante a la Moncloa, sabedor seguro de todo lo que se le venía encima y de la difícil posición en la que iba a quedar el partido a la hora de arrojarle guirnaldas al PSOE. Seguro que para entonces ya contaba también con los cables que iban a lanzarle González y Guerra, suficientes, en todo caso, para ni siquiera comparecer a pedir disculpas. Ya se le pasarán a Sánchez las ganas de Podemos, dice ahora. Uf.

Hace cosa de un año, María Dolores de Cospedal afirmó que la corrupción que puede haber en un partido es la misma que existe en la sociedad. Y hace sólo unos meses, Celia Villalobos vino a decirle lo mismo a Pablo Iglesias cuando éste tildó de corrupto al PP, un exceso antiprotocolario que el mismo devenir de los acontecimientos ha terminado por confirmar, incluso, jurídicamente. Estaría bien que apareciera ahora otro portavoz cualquiera y soltase una parecida, a ver qué pasaba. Aunque en realidad no haría falta: difícilmente el PP se lo podría poner más fácil a Podemos. Mientras continúan las investigaciones (esto sigue sonando a eufemismo: sí que se salieron con la suya), sigue sin haber ni en Rajoy ni en los suyos una reflexión, un manotazo en la mesa, un hasta aquí hemos llegado, un signo de arrepentimiento por no haber intervenido antes. Venir ahora con promesas de control significa, cuanto menos, llegar demasiado tarde. Y revela poquita estima hacia el país que quieren seguir gobernando.

Lo terrible es que España necesita un partido como el PP, con su ideología y sus propuestas, en el que se pueda confiar. Sin esa confianza, la alternativa será desastrosa. Bien lo saben los partidos de la izquierda, y más aún con la que llevan encima. Cualquiera diría que al PP le da igual. Eso es peor.

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