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Acción de gracias

Michelle

Así que ya tengo plan para una de estas noches: quedaré con una vieja amiga y comprobaré que sigue siendo la misma

últimamente siempre pienso en Michelle Pfeiffer antes de dormirme. Esto podría parecer la extravagancia de un admirador enloquecido, pero en realidad tiene una razón: estoy leyendo Despedida a la francesa, de Patrick deWitt (Anagrama), el autor de la sorprendente Los hermanos Sisters, una comedia excéntrica y deliciosa que gira alrededor de Frances, una mujer sofisticada y caprichosa, acostumbrada al lujo, que tras descubrirse en la ruina intenta rehacer su vida en París. Pues bien, la actriz no sólo ha vuelto a la actualidad en estos meses por el despiste de Javier Solana, que presumió en un tuit de llevar dos días vacunado con la Pfeiffer (y que tire la primera piedra el distraído que no haya patinado nunca en Twitter): por lo que cuentan, Michelle también reina en la adaptación al cine de ese libro, un trabajo que le valió una nominación al Globo de Oro y por el que las críticas elogiaron el regreso en plenas facultades de una estrella que, quizás porque antepuso su vida a su carrera, en las últimas décadas no brilló como merecía. Lucas Hedges, su hijo en la ficción, ha reconocido en las entrevistas que por su edad -nació en 1996, cuando su compañera ya había filmado sus papeles más destacables- no estaba muy familiarizado con ella, y que se quedó pasmado ante el talento con el que Pfeiffer se transfiguraba en el rodaje en esa dama egoísta y fría que imaginó DeWitt.

Animado por la lectura, ayer quise reencontrarme con la que durante años fue mi actriz favorita, y me puse de nuevo aquella escena de Los fabulosos Baker Boys en que Michelle canta Makin' Whoopee con una sensualidad casi felina, tumbada sobre el piano que toca un también irresistible Jeff Bridges. Después se da un momento de intimidad entre los protagonistas en el que el personaje de ella rompe su coraza y empieza a mostrarle sus heridas al otro, y ahí volví a pensar en qué intérprete tan prodigiosa era, es, la Pfeiffer, y la rememoré inocente y atormentada en Las amistades peligrosas, como la Catwoman más fiera y carismática que jamás acompañará a Batman, reflejando en sus ojos esa dolorosa extranjería que siente ante sus familiares la condesa Olenska. Sí, de acuerdo, Michelle rechazó Thelma y Louise y El silencio de los corderos, y después se enredó en una serie de películas olvidables, pero casi que alivia saber que esa diosa también es humana. Esperaba el estreno de French Exit -la película conserva el título original- en los cines, pero veo ahora que se puede alquilar ya en alguna plataforma. Así que ya tengo plan para una de estas noches: quedaré con una vieja amiga y comprobaré con entusiasmo que sigue siendo la misma, que mi admiración por ella no ha mermado. (Esta columna, por cierto, está dedicada a mi amigo Álvaro, que hoy cumple años y también es fan de la Pfeiffer).

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