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Visto y oído

Antonio / Sempere

Micromundo

EN Shanghai desde el 1 de mayo existe un micromundo. Un ecosistema propio llamado Expo Universal en donde es posible abstraerse de la realidad y ver cómo los países muestran, cual pavos reales, un montón de razones por las que acercarse a ellos. Tanto da que se trate el de Estados Unidos como el de Somalia. Los pabellones son eso. Grandes decorados. Algo parecido a enormes platós televisivos desde los que vender, a modo de spot, sus bondades.

Todo es mentira en una Expo. Como en los buenos musicales, todo es convención. Un lugar donde la realidad se maquilla para que esté resultona. La de Shanghai, con una extensión veinte veces mayor que la de Zaragoza, da mucho de sí. España encargó a Benedetta Tagliabue la puesta en marcha de un pabellón formidable basado en el mimbre. Su amiga íntima Isabel Coixet es una de las artistas que han dado contenido a la propuesta colocando en él un bebé gigante.

Nuestro país ha invertido algo más de cincuenta millones de euros en defender el pabellón. Un presupuesto que incluye su planificación, su construcción y, por supuesto, todos esos actos colaterales que se viven en sus inmediaciones. Desde la Expo de Shanghai, en esta sociedad globalizada, están al tanto de todo lo que pasa afuera. De las noticias de Grecia y de la dirección de las cenizas del volcán islandés, del coche bomba en Nueva York y de los rumores que salpicaron a nuestra economía.

Pero como digo siempre, los duelos con pan, o con canapés, son menos. Si no que se lo digan a Benedetta, a la Coixet o a Bigas Luna, mientras desayunan en el hotel, que seguro no es una pensión. O cerca de un catering. Son las bondades de los micromundos.

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