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La tribuna

antonio Ojeda Avilés

Miedo a la soledad

EL debate parlamentario sobre la consulta catalana nos depara sobresaltos indecibles a algunos de nosotros de los que quizá no participen muchos conciudadanos, por lo que me gustaría explicar el porqué de nuestra angustia. Verán, como andaluz, la eventual salida de Cataluña me parecería una auténtica catástrofe para nuestra región y evidentemente para todo el resto del país.

Comencemos por lo más próximo: para nuestra región la debacle acaecería porque de no estar Cataluña en España ya no tendría el gobierno del país la excusa principal para dejar de enviarnos los fondos estructurales europeos que nos corresponden, como ha sucedido en los del período 2000 a 2007, y ello fomentaría la desidia y la incuria de los andaluces, como tanta gente piensa de Despeñaperros para arriba. En un magnífico artículo de Ignacio Martínez publicado en este mismo diario hace unos días se ponía de manifiesto cómo el gobierno central ha destinado buena parte de los fondos de cohesión del período indicado a las regiones ricas, en especial a Cataluña y Madrid, contradiciendo el espíritu de convergencia que los anima.

Pero hay otras razones que se extienden a lo largo de los muchos siglos de convivencia. Ya desde la Edad Media los comerciantes catalanes hicieron su agosto en las grandes ferias de Champaña y Saint Denis vendiendo esclavos andaluces y cuero repujado cordobés, el codiciado cordobán (McCormick; Cuéllar y Parra). ¿Qué importa si aquellos audaces comerciantes hicieron sus fortunas multiplicando el precio de los productos mientras Córdoba y Al Ándalus languidecían, si con ello nos abrieron al mundo?

La industrialización española, de finales del XIX, no puede entenderse sin la política arancelaria del gobierno, que triplicó en el arancel de 1877 la protección de los textiles de algodón mientras que el sector agrario (vinos, azúcar, etc.) no quedaba demasiado protegido, según indica Tena Junguito, una diferencia que aumenta con el arancel de 1897. Es precisamente en esa época cuando comienza la Lliga Regionalista a tomar conciencia de las excelencias catalanas y a apoyar el proteccionismo, lo cual nos libró de la invasión de productos extranjeros, quizá más baratos y de mejor calidad, pero de cualquier modo productos no españoles. Para los que añoramos la generosidad catalana y lloraríamos su pérdida, la fuerte apuesta de las Cámaras de Comercio de Madrid y Sevilla por el librecambismo, frente a las de Bilbao y Barcelona que apoyaban el proteccionismo, carece de sentido, máxime cuando esa apuesta catalana y vasca dejaba libre al sector agrícola, que era el andaluz por excelencia. Y así Cambó, prócer de la Lliga Regionalista, al ser nombrado ministro de Finanzas del gobierno español, comentaba entre los suyos lo bien que defendían sus intereses los catalanes, sin duda para fortalecer la economía de todo el país.

Ya en nuestro tiempo, Cataluña ha apoyado a capa y espada la industria española, mano a mano con el País Vasco, cuando la crisis petrolífera de los años setenta y ochenta forzó a una descomunal intervención del Estado mediante las leyes de reconversiones industriales, que afectaron a catorce grandes sectores y a multitud de fábricas situadas en su gran mayoría en el nordeste, con un coste que el Ministerio de Industria y Energía evaluó en un billón y medio de pesetas. Gracias a la salvación de aquellas industrias una multitud de andaluces pudieron conservar sus empleos en esas regiones, aunque bien es cierto que el lobby catalán del textil no mostró demasiado interés, sino antes al contrario, en salvar al textil andaluz, llámese Hytasa o, quizá, Intelhorce. Para nosotros, siempre conscientes de los superiores intereses catalanes, aquella enorme inversión pública salvó los núcleos principales de la economía del país, en un momento en que se necesitaba de la aportación financiera de todos.

Pero hasta ahora he expuesto los grandes gestos con los que Cataluña ha ayudado al resto del Estado, y en especial a Andalucía, en los momentos más difíciles de la historia común. Hay otro argumento más para repudiar la sola idea de que pudiera colocarse detrás de Turquía en la cola de países que solicitaran la adhesión a la Unión Europea. Y es que en tal caso el cava catalán se pondría por las nubes, con lo que nuestros estómagos no tendrían esa saludable acidez que nos vuelve a la realidad cuando tratamos de olvidarnos de ella, y además perderíamos al oráculo que venía insistiéndonos, como el auriga de los emperadores romanos durante los triunfos, que somos gente de taberna que deberíamos estar trabajando de sol a sol.

Como colofón, sólo una pregunta seria para hacerme perdonar tanto dislate: ¿quién sale ganando con la posible segregación catalana, ellos, nosotros, o ninguno?

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