TRÁFICO Cuatro jóvenes hospitalizados en Sevilla tras un accidente de tráfico

La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Miércoles de caoba y silencios

Un silencio de duelo por 13.798 muertos, 528 de ellos andaluces, que también debería ser de reflexión

Invirtiendo la poesía de Cervantes, Sevilla triunfante en ánimo y nobleza es Roma en estos terribles días de epidemia, con las Hermanas de la Cruz, don de Sevilla a la Iglesia y a la Humanidad, saliendo de su casa de Vía del Pellegrino para recorrer las desiertas calles romanas con sus mascarillas y sus guantes, como hacen aquí, para auxiliar a los más desfavorecidos. "Tenemos un certificado del Ministerio del Interior italiano -dice la hermana María del Redentor- que justifica que vayamos a asistir a los ancianos abandonados que no tienen para comer, que no se pueden asear solos, que no tienen a nadie… Si no vamos nosotras, ¿qué sería de ellos?". Sé que las traiciono escribiéndolo -"lo que no queremos es publicidad de lo que hacemos, es contrario a nuestro espíritu", dice la hermana- pero quiero traer su luz a este Miércoles Santo que parece recogerse en torno a la severidad antigua del Cristo de Burgos, vecino de la Casa Madre de las Hermanas de la Cruz, hermanados su azulejo al pie de torre más hermosa de Sevilla y la estatua nunca sin flores ni oraciones que la ciudad dedicó a Sor Ángela.

Sobre su paso con serio aire de despacho de abogado o consulta de médico en planta baja de casa con patio, entre cuatro hachones, este es el único Cristo que iría hoy en silencio. Sobre toda Sevilla caerá este Miércoles Santo el silencio del Cristo de Burgos solo roto, a la hora a la que debería salir, por el toque de las campanas y el largo piar de los vencejos que vuelan sobre calles vacías y azoteas que parecen islas en las que algún Robinson se pasea o se acoda sobre el pretil, sobrecogido por el quieto silencio de la ciudad. Un silencio de duelo por 13.798 muertos, 528 de ellos andaluces, que también debería ser de reflexión en esta clausura forzosa en la que la mayoría estamos confinados.

Al Cristo de Burgos, que tantas convulsiones y tragedias ha visto desde 1573, dirijo esta oración de Benedicto XVI: "Señor Jesucristo, has hecho brillar tu luz en las tinieblas de la muerte, la fuerza protectora de tu amor habita en el abismo de la más profunda soledad... Concédenos la humilde sencillez de la fe que no se desconcierta cuando tú nos llamas a la hora de las tinieblas y del abandono, cuando todo parece inconsistente. En esta época en que tus cosas parecen estar librando una batalla mortal, concédenos luz suficiente para no perderte y poder iluminar a los otros".

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