La lluvia en Sevilla

Miércoles de feria

Triste festivo sin fiesta. Debiéramos haber guardado este inquietante 'miércoles de feria' para otro año

Qué miércoles de feria más raruno el de antier! Que la Feria de Abril la fuéramos a pasar a septiembre ya era tristón y extemporáneo; que, a pesar de no celebrarse, hayamos cumplido la condena de vivir este día festivo sin nada que festejar, nos ha sabido más triste todavía. De pronto, el pasado miércoles se convirtió en un páramo en mitad de la semana, en un drop o salto extraño en este disco rayado en que se ha convertido 2020. El silencio dominical de la mañana del miércoles, su quietud de pronto, nos recordó a gritos que un festivo sin fiesta es señal de que algo se ha roto. Como yo vivo de escribir, y eso -al igual que el amor de Caballo viejo- no tiene horario ni fecha en el calendario, no me agarró del todo la congoja ociosa del feriado sin feria. Me di cuenta de que no era día hábil cuando salí temprano, con mi canasto en ristre, rumbo al mercado. Quizá sea un lío burocrático haber dejado los festivos locales para otro año y juntarlos para cuando haya razones para la alegría, y entonces arder en fiestas. Si se hubiera sacado a votación, como se consultó lo de cambiar la noche del pescaíto, estoy convencida de que no poca gente hubiera votado no: no estamos para farolillos. "Este cumpleaños/ no es/ mi verdadero/ porque este alrededor/no es/ mi verdadero/ los cumpliré más tarde/ en febrero o en marzo", escribía Mario Benedetti, del que precisamente ahora se celebra su 100º aniversario. Lo mismo pasa con este estrafalario miércoles de feria: más hubiera valido dejarlo para otro año. Entregaron las medallas, eso sí, pero la noticia nos supo a nebulosa, a demasiado lejos. Tampoco habrá -qué dolor- feria del libro, y el Monkey como mucho será on line. Ni los acérrimos militantes en la polarización sevillana -que muchos son los que aquí cavan trincheras irreconciliables: Sevilla-Betis, capillitas-anticapillitas, tal virgen o tal otra…- se atreverán a delectarse con la cancelación de las cosas que no son de su bando: va haciendo hambre, y a eso hay que tenerle un respeto.

Se habla con frecuencia de "las lecciones de la pandemia", y eso huele a expiar con dolor nuestros pecados. No me gusta ese discurso. Antes del bicho ya éramos conscientes -e insistimos en ello- de que el rumbo de la ciudad necesita no depender tanto del turismo y el macroevento, y que las gentes mismas que la habitan debieran ser las dueñas (que no las empleadas) de su propia prosperidad, y no esto de tanta franquicia ni tanta desrealización y gentrificación. Todo iba muy deprisa. Ahora, esta tensa calma, las noticias de los hospitales, el ruinazo encima, nos hace saberlo con más nitidez. Festivos tan poco festivos como el del pasado miércoles debieran ser acumulables para cuando podamos volver a reunirnos con alegría.

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