La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Miraba Montañés el patinete

Miraba con resignación, pero sin curiosidad, el patinete que algún gamberro se entretuvo en colocarle a los pies

Miraba Montañés con resignación y sin curiosidad el patinete que un gamberro había puesto a sus pies, en lo alto del basamento de su estatua. Está el imaginero allí sentadito desde 1923 y en este siglo ha visto tantos cambios que al final se le murió la curiosidad. Ha visto la plaza del Salvador adoquinada, asfaltada y otra vez adoquinada; con farolas fernandinas, de ducha y otra vez fernandinas; con grandes árboles y con naranjos; con tráfico y sin tráfico; convertida en un aparcamiento de coches y peatonalizada; con multitudes vestidas de domingo bajando las gradas del Salvador tras la misa y con multitudes de turistas haciendo cola para entrar en la parroquia reducida a museo a tiempo completo y templo a tiempo parcial, muy parcial; con grupitos en torno a la bodeguita de los soportales y una multitud desbordándolos para ocupar media plaza; con una ilustre librería en la que hacían tertulia catedráticos de prestigio, otras de carácter más piadoso y sin ellas; y con La Alicantina, gracias a Dios, siempre. Y año tras año ha acogido con benevolencia a los chavales que se le encaramaban para ver salir al Señor de Pasión en aquellas Semanas Santas en tan severo como hermoso blanco y negro de Serrano y Luis Arenas.

Nada, pues, le sorprende ya. Hasta a él mismo se lo llevaron en 1967, en plena apoteosis de la destrucción de la ciudad, para ponerlo como de guardacoches en la esquina de Fray Ceferino González con la Avenida entonces de José Antonio y Queipo de Llano. Allí estuvo desterrado hasta su regreso en 1985 al Salvador liberado de asfalto y farolas de ducha. Para muchos -yo entre ellos- el regreso de Montañés al Salvador fue un símbolo más del freno democrático a la destrucción franquista-desarrollista de Sevilla. Ilusos que éramos.

Por eso miraba con resignación, pero sin curiosidad, el patinete que algún gamberro se entretuvo en colocarle a los pies. En las primeras horas de la hermosa mañana lluviosa, gris y fría del domingo, brillantes los adoquines de la plaza, preparada la ciudad que se conoce a sí misma para la función solemne al Cristo Rey de Sevilla que tiene una caña por cetro y espinas por corona, el triduo de la Presentación y el besamanos de la Amargura, Carlos, el de La Ibense, lo fotografió, envió la foto a los servicios municipales y -todo hay que decirlo- en pocos minutos se presentaron para retirarlo. Éramos pocos y parieron los patinetes.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios