Miseria de la geoestrategia

Una de las principales enseñanzas de estos días es que el estado-nación posee una salud de hierro en Europa

No hay que ser un añorante de los zares ni un comunista recalcitrante para, hasta ayer mismo, comprender las razones de Rusia. No hay que ser convencido europeísta ni atlantista acérrimo para saber que hay que ayudar a Ucrania con toda la fuerza de que seamos capaces contra la criminal agresión sufrida en una guerra injustificable y, lo que es peor, evitable.

Los datos de la geografía, la historia, la sociología, la economía y hasta el comportamiento electoral avalan la existencia de dos Ucranias muy diferenciadas, la más oriental firmemente unida a Rusia por lazos que no pueden desconocerse. Basta con mirar un mapa de la zona para darnos cuenta de que la prolongación de la Ucrania histórica hacia el este que consagraron los acuerdos de 1994, en un momento de extrema debilidad de Rusia, es un factor de riesgo cuyo potencial desestabilizador se hizo patente, no ahora, en cuanto Rusia estuvo en condiciones de defender sus intereses y los derechos de la población prorrusa de aquellos confines. Es típico, y muy llamativo, que la feroz invasión rusa esté sirviendo, muy posiblemente, para identificar a esa población, como nunca antes, con el estado ucraniano.

Ucrania es una gran masa territorial de más de 600.000 km2 y 42 millones de habitantes, nada que ver con los pequeños países caucásicos a los que Rusia ha doblegado en estos años pasados. Su Ejército no es de los mejores del mundo, pero tampoco está compuesto de milicias irregulares como las que Rusia ayudó a eliminar -nunca se le agradecerá bastante- en Siria. Es un Estado todavía en construcción si se quiere, con enormes desequilibrios internos que lo debilitan, pero capaz de generar en sus ciudadanos la fiebre patriótica y el espíritu de sacrificio que, precisamente, ha caracterizado siempre a las naciones en esa fase pionera y hasta épica de su existencia. Una de las principales enseñanzas de estos días es que el estado-nación posee una salud de hierro en Europa, compatible con otros ideales integradores. En definitiva, que si Occidente está dispuesto a sostener con armas y dinero la resistencia ucraniana, puede romper los dientes a Vladimir Putin sin necesidad de poner un hombre en el terreno. Las consecuencias de algo así, sin llegar a pensar en un conflicto nuclear, dentro y fuera de Rusia serían inmensas. Recemos, sin embargo, por un alto el fuego inmediato que dé paso al acuerdo necesario que todavía, pese a todo, parece posible.

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