LA organización de siglas impronunciables, pero eficiente, acaba de nombrar al Sevilla como mejor equipo del mundo por segundo año consecutivo. Es un logro que no computa en altos niveles, pero que sirve para calibrar la temperatura del fútbol y para honrar al Sevilla al término de un año muy complicado en todos los órdenes. Y es que, con la que ha caído, se agradece este honor, aunque no más que el cierre de la primera fase de la Liga de Campeones que ha tenido el equipo de Manolo Jiménez.

La inyección económica y moral que la Champions está teniendo en este Sevilla es tremenda. Tras el varapalo de novato sufrido en el Emirates Stadium allá por el durísimo mes de septiembre, el Sevilla se ha revelado como un equipo sin mancha, como el mejor novato en esta competición con cinco victorias consecutivas, con el liderato de su grupo por encima de ese Arsenal que maravilla a media Europa y con el pecho henchido de orgullo ante unos octavos de final que se presentan más que favorables (qué bien vendría ahora ese Schalke ante el cual el añorado Puerta tocó la gloria).

Lo bueno de la situación del Sevilla es que es extensiva al resto del fútbol español. Salvo los problemas del desorientado Zaragoza y del decadente Valencia, el resto de equipos de Champions y UEFA han solventado sus grupos con sobresaliente, lo que da prueba de la fortaleza del fútbol español. Salvo extrañas circunstancias, seis equipos avanzarán de fase como primeros de sus grupos y dan miedo en el Continente. Una proyección de lo saludable que resulta la Liga española, con una clase dirigente resolutiva y otra clase media pujante. Qué pena, ay, que este mismo Sevilla se haya dejado ir en la competición doméstica por distintos asuntos. Un problema, no obstante, fácil de solucionar de aquí a febrero, la fecha en la que se intentará buscar en Europa el cum laude de una misión cumplida.