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la ciudad y los días

Carlos Colón

Momento miserable

LOS del PSOE nacional entierran vivo a Zapatero y le hacen unos funerales dignos de un hombre tan bueno y grande que no se comprende por qué se lo han quitado de encima. Es lo propio de los cadáveres políticos oír su elogio fúnebre que, pasado el tiempo, hasta la oposición entona. Lo de Zapatero es un caso distinto, ya que se trata de un zombi político que no está ni vivo ni muerto, un presidente que a la vez es un ex presidente. Ello le permite oír los desmesurados elogios de quienes lo han liquidado como si arrojaran lastre para sortear los arrecifes electorales. Y asistir desde el sillón presidencial a las luchas cainitas por ocuparlo.

Los del PSOE andaluz liquidan la etapa anterior en una guerra intestina que libran mientras las encuestas les son adversas y los escándalos les hieren. Mala cosa la de enfrascarse en una guerra civil mientras están librando otras fuera de sus fronteras. Y desde luego manifiestamente desinteresada del interés público.

El consejo local de UpyD de Sevilla dimite en bloque por "cuestiones internas" que, según el partido, consisten en "diferencias con la candidata" a la Alcaldía que se han manifestado "en el momento más delicado por la cercanía de las elecciones municipales". Un lector que se identificaba como José Luis escribía ayer a pie de noticia: "Todos los desencantados de la política, como yo, veíamos en este partido una alternativa seria, democrática y de progreso. A la vista está que tuvo muy buenos resultados. Pero cada día se ve con el rumbo más perdido, luchas internas, dimisiones… En fin… Yo pensaba votarles, pero ya no…".

El error, me permito decirle, es haberse dejado encantar por la política. Porque para desencantarse hay que haber estado antes encantado. La política es lo que es, los partidos son lo que son y la naturaleza humana es la que es. Como bien se sabe desde la antigüedad latina y la Edad Media: "De contemptu mundi, sive De miseria conditionis humanae". La madurez democrática, como la humana, supone aceptar los seres y las cosas como son sin por ello decaer en el intento de mejorarlos. Las democracias maduras nos vienen contando desde hace décadas -piénsese en el cine norteamericano- las corruptelas que rodean todos los ámbitos del poder. La grandeza de la democracia no consiste en la imposible erradicación de la corrupción inherente a la condición humana, sino en la posibilidad de denunciarla y atajarla legalmente. Las dictaduras, corruptas por naturaleza, suponen el gobierno de una corrupción impune.

Dicho lo cual hay que añadir que el momento político que vivimos es especialmente miserable.

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