¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Motín en la Alfalfa

La Alfalfa se ha alzado en cacerolas y quizás sea este el inicio de la reconquista de una ciudad más amable

Los de la Alfalfa son a Sevilla lo que los asturianos a España, una suerte de aristocracia orgullosa de habitar el que probablemente es el punto más antiguo de la ciudad, un cabezo a salvo de las crecidas del Guadalquivir en el que se fijaron los fenicios para fundar Spal. Si los descendientes de don Pelayo, cuando se les va la mano con la sidra, dicen aquello de "España es Asturias y el resto es tierra reconquistada", en este céntrico barrio de la ciudad hay personalidades como el doctor Yebra que no tienen empacho alguno en afirmar que "Sevilla es la Alfalfa y el resto es terreno inundable". Los de la Alfalfa, hay que decirlo, también tienen algo de bilbaínos del mismo Bilbao.

Quizás es este complejo de hidalguía de los alfalfeños el que los ha empujado a amotinarse y montar una algazara de sartenes, ollas, cacerolas y peroles para mostrar su disgusto por el descontrol de unos bares que impiden su descanso nocturno. Como se esperaba, el final del estado de alarma y el victimismo machaconamente cultivado por un sector de la hostelería están propiciando el regreso de unos malos hábitos que privan a muchos sevillanos de ese derecho fundamental y biológico que es el sueño. No es nada nuevo en Sevilla, pero da la sensación de que se ha perdido una oportunidad de oro para enfajar el problema del ocio nocturno, que hace mucho que dejó de ser elegante costumbre de crápulas y decadentes ciudadanos -frecuentadores, como los primitivos cristianos, de clandestinos y susurrantes cenáculos- para convertirse en un ordinario ejercicio de masas gritonas y transversales, en las que beben a gollete el pijo y el cani en ruidosa confusión de estados. En Educación para la ebriedad, asignatura obligatoria de la ESO que alguna vez hemos propuesto en estos papeles, habría que incluir la audición de canciones como Avec élégance (Jacques Brel) o Mis amigos (Rafael Berrio). Divertirse puede ser una de las Bellas Artes.

La Alfalfa se ha alzado en cacerolas y quizás sea este el inicio de la reconquista de una ciudad en la que la diversión es compatible con el descanso de los vecinos. Se acerca el verano y ya estamos viendo cómo los veladores amplían su mancha en la ciudad, convirtiendo el tránsito por las aceras en una navegación imposible, tales son los arrecifes y bajíos. Y además, ahora, con la cínica excusa de la reconstrucción económica. Nos lo dijo el otro día una amiga: "El portal de mi casa no está custodiado por dos macetones de mirto, sino por dos mesas en las que se come y grita. Da un poco de asquito".

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