mundo viejuno

Francisco Andrés / gallardo

Mozzarella, qué gran jugador

AQUEL Mundial 82, centro de nuestras vidas infantiles, se iba preparando a trompicones cuando McDonald's fue ocupando golosas e históricas esquinas en las grandes ciudades, endilgando con rapidez cuartos de libra con patatas fritas y coca colas gigantes. Remató la jugada con Cobi en los centros comerciales, en la década siguiente. Las hamburguesas del Tío Sam ocuparon geoestratégicamente los rincones urbanos cuando el calendario se asomaba a los 80. Junto a la multinacional de la 'M' aterrizaron por aquí Burger King, Wendys (que se fue) y Kentucky Fried Chicken. El asalto de los panecillos con sésamo asoló los inicios del fast food netamente hispánico y la primera víctima fue una cadena de hamburgueserías que se llamaba Bravo's. Bastaron unos cuantos spots embadurnados en ketchup para que los paladares se interesaran por el McPo-llo (McPollastre en Cataluña) o el Whoper.

Hasta entonces los regalos gastronómicos paternos podían consistir en una invitación familiar a un mesón jamonero o a una venta a las afueras con columpios, merendero y corral de gallinas. El menú infantil no traía un juguetito sino que se limitaba a un plato de sopa de picadillo y filetito, a veces correoso, con patatas al bastón. O una tapa de ensaladilla rus. Cosas así. Con su camarero tardón, de camisa blanca y lamparones. Estábamos alimentados con cocidos y potajes, de guisos y tortillas de patatas: cocina de madres amas de casa, con la mañana por delante y con la sopa de sobre Knorr o Gallina Blanca (y eso rimbombante de 'Ave con Fideos') como único recurso de emergencia. Un huevo frito con chorizo era pura golosina rupestre y nuestra dieta era mediterránea, pero no lo sabíamos. Mozzarella podía ser un jugador de la selección italiana y Sushi, el amigo de Koji, el de Mazinger Z. Nuestras pizzas nocturnas tenían más bien forma de tortilla francesa, con Joaquín Arozamena contándonos la película de alguna guerra remota.

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